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Cuando sales de tu municipio, estado o país no hay nada más emocionante que encontrar cosas que te identifican. Que te hacen sonreír. Eso me ocurrió este fin de semana mientras disfrutaba de la espectacular ciudad de Oaxaca y descubría sus maravillosos colores, olores y sabores.
La primera sorpresa fue una mujer ataviada de terno (más tarde sabría que fue confeccionado en Valladolid, Yucatán), quien disfrutaba la tarde sentada en una banca de su plaza grande presumiendo su prenda con singular alegría.

Luego, encontramos a un amable oaxaqueño que no sólo nos habló de las deliciosas nieves, sino que nos acompañó hasta el Mercado 20 de Noviembre, donde nos mostró los dos sitios más famosos para comer helado y tomar aguas frescas. En el camino relató su vida de dos meses en Mérida, cuando trabajaba para la CFE en tiempos de Isidoro, y sus historias de agradecimiento por lo bien que lo trataron los yucatecos mientras estuvo lejos de su familia, porque tenía que restablecer el servicio eléctrico en una ciudad que no era la suya.

Cómo te explico que me sentí feliz y orgullosa, pero también agradecida porque trabajó por otros y porque se dio tiempo de llevar a cuatro desconocidos a tomar helado por la única razón de que eran yucatecos. Entonces te sientes como pavorreal. Para cerrar con broche de oro, mientras caminábamos por las calles encontré marquesitas yucatecas en un carrito donde un oaxaqueño servía esta delicia a propios y extraños aunque con quesillo en lugar del tradicional queso de bola. Pero todo cuenta.

Este país está lleno de personas buenas en todas partes, yo conozco personas maravillosas en Quintana Roo, Campeche, Tabasco, Chiapas, Veracruz y una lista interminable de mexicanos como tú, llenos de buenas experiencias y mejores intenciones. Esos son los que suman.
Yo aprovecho que es lunes y que sigo rodeada de yucatecos para disfrutar de mi país y agradecer a los demás el cariño que nos tienen. ¡Que sea feliz!

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