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Vi por primera vez este anuncio hace como cinco años, en Mérida. Después lo volví a ver en la Ciudad de México. Hace unos días seguían allá. Y así, antier por la noche, el país se fue a dormir con la noticia de que Margarita Zavala, candidata independiente a Presidente de la República, había renunciado a sus aspiraciones.

Zavala salió del PAN al verse políticamente marginada por las tropelías de Tricky Dicky Anaya y sus secuaces. Era en aquellos momentos la figura más popular de su partido, pese al control interno que había logrado el queretano. Si bien desde el primer momento fue evidente que su salida marcaba la renuncia a ocupar la jefatura del Estado mexicano, también es cierto que planteaba un monumental obstáculo a las intenciones del imberbe presidente panista. Muchos o pocos ciudadanos que la apoyaran, el golpe electoral amenazaba con hacer inviable la aspiración presidencial del dirigente. En este punto, el nuevo posible escenario se articulaba perfectamente con la intención de Peña Nieto de reproducir a nivel nacional la fórmula electoral aplicada antes en el Estado de México. La expectativa era que, con un candidato surgido de la derecha panista, José Antonio Meade, apoyado por la poderosa estructura orgánica del PRI, el grueso de los electores blanquiazules tradicionales se volcarían a favor de éste, aterrados por un eventual triunfo de López Obrador. Sin embargo, tras meses de campaña estas expectativas no se cumplieron. Meade no atrajo a los votantes panistas y Anaya se consolidó en el segundo lugar de las preferencias electorales. La candidata independiente parecía ya favorecer la dispersión de los votantes contrarios al tabasqueño, contribuyendo a su victoria, y decidió renunciar.

La salida de la contienda de Margarita, sin embargo, podría no tener el efecto de fortalecer a los adversarios de López Obrador. Si bien entre sus simpatizantes hay un número importante de enemigos de Ricardo Anaya, también es cierto que la mayoría son opositores tradicionales del PRI. De esta forma, no sólo es de esperarse que algunos votos que iban a ser para Zavala ahora, decepcionados y todo, vuelvan a casa, al PAN, en tanto que otros, indispuestos a premiar las traiciones del queretano, opten por darle su voto al abanderado de Morena. Cuántos se irán y para dónde lo iremos sabiendo en los próximos días, pero nada hace pensar que las aspiraciones del ex dirigente perredista se vean lesionadas por la deserción.

Mientras tanto, a despecho de la renuncia, aquellos anuncios siguen en su sitio, y seguramente seguirán allá todavía por mucho tiempo. Desentendidos de los avatares del proceso electoral, seguirán en lo suyo: promover un trago en una relativamente popular cadena de restaurantes.

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