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Este fin de semana descubrí que mi capacidad de asombro aún existe y eso me hace feliz. Mis actividades extracurriculares como tía me llevaron al descubrimiento experimental de los centennials.

Mi sobrina Cecilia me ha heredado un ahijado llamado Nicolás que tiene menos de dos años, solo sabe decir agua, no puede hablar ni escribir, pero maneja el internet del celular mejor que mi papá que lleva un entrenamiento con sus nietos desde hace 15 años.

Con sorpresa me di cuenta que Nicolás no soportaba los comerciales que interrumpían sus caricaturas y, aunque jamás había usado mi celular, lo manejó como el más sabio para continuar su disfrute, sin pedir ningún favor. Obvio no puede.

Después de la sorpresa, jugar futbol, correr por el parque, comer azúcar y todas esas cosas que le encantan, se durmió y empezó la investigación acerca de su generación.
Estos jóvenes son los nacidos después de 2000, acostumbrados a internet, a los teléfonos llamados inteligentes, los aparatos digitales, las redes sociales, la exposición permanente.

Sin embargo, tienen varias diferencias con los millenials: su generación asocia el éxito al prestigio social, los otros lo ligan al dinero; la creatividad es diferente, porque unos desean modificar el mundo que heredaron y los otros desarrollarán sistemas que cambien las reglas. Son más prácticos y menos idealistas.

Según el New York Times la capacidad de atención de estos (en español) centenarios es muy breve, con poca tolerancia a la publicidad tradicional (me consta), acostumbrados a la sobrecarga sensorial, pero que necesitan mucho menos tiempo para filtrar información.

Hay publicaciones que aseguran que son el 23% de la población, y de acuerdo con sus años, menos de 18, están a punto de entrar en el mercado laboral, pero tendrán comportamientos diferentes a los millenials porque aseguran que son más realistas y cínicos. ¿Será?

Yo mejor aprovecho que es lunes, que tengo una banda de centennials que tengo que conocer más para poder sonreír. ¡Que sea feliz!

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