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En el momento que terminan las cosas, nunca sabemos exactamente con qué nos quedaremos. No hay manera de anticipar qué permanecerá en el recuerdo y qué viajará rápida y naturalmente hacia el olvido. Ocurre siempre.

Nada nos prepara para las ausencias que no tienen remedio, esas que se llevan el último respiro de las personas que amamos y que en lugar de un cuerpo viviente aparecen ahora recuerdos que vibran en el espacio de quien no está y no podrá regresar del lugar a donde se ha ido.

Con la lectura de esta semana, advierto que la sensibilidad estará muy cerca de nuestros puntos vulnerables. Quizá juzgaremos muy pronto las circunstancias que estarán frente a los ojos lectores, o quizá buscaremos un entendimiento empático que enternezca nuestro corazón porque nosotros también hemos perdido a alguien bajo circunstancias similares.

En “Canarios” (1924), del japonés Yasunari Kawabata, encontramos la magistralidad expuesta en letras que saltan hacia la imaginación plena. Por medio de una carta nos enteramos de la historia compuesta por tres sujetos. Usted puede imaginar que estos líos que vienen en tercias mayormente tienen que ver con los amores inquietos.

El personaje se dirige a una señora y en la carta le da recuerdos para una ocasión en la que ella le regaló un par de canarios justo al terminarse la aventura amorosa. Ellos, un macho y una hembra escogidos al azar, simbolizarían ese tiempo.

La carta cambia de tono y las letras se entristecen. El hombre cuenta cómo fue que su mujer, ahora muerta, cuidó y creció a los canarios aun cuando esa dinámica de dos fuera ajena a su persona. Las letras pesan y un dejo de culpabilidad resalta entre las preguntas enfocadas hacia cuál sería el destino de los canarios que no pertenecían a un pasado amoroso y fugaz, sino a la labor incondicional de quien los mantuvo vivos.

¿Qué se hace, lector, con las cosas que permanecen y oprimen la conciencia? Se perdonan las acciones propias, se deja ir. En el cuento, los canarios descansan en la tumba de quien los cuidó.

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