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Los ritos funerarios de los mayas prehispánicos no tienen nada que ver con disfraces de calaveras –en artículo anterior decíamos de dónde se originan éstos-, antes al contrario eran una celebración a la vida en otra dimensión. Claro que, como ocurría en la vida real y sigue ocurriendo hoy, la muerte no era la “gran niveladora” que se suele decir.

Los grandes dignatarios, sobre todo los gobernantes, eran sepultados en construcciones ostentosas –caso del rey Pakal en Palenque-, pero la clase baja, los macehuales, enterraban a sus difuntos en sus propias casas o en el patio de atrás, en agujeros que a veces recubrían con piedras en el piso y a los lados, o, tras incinerarlos, en urnas funerarias que conservaban en las mismas viviendas.

En cualquier caso, los mayas no dejaban solos a sus difuntos, pues aunque le tenían miedo a Ah puch, el dios (o diosa) de la muerte, los mantenían cerca de ellos y al fallecer depositaban en sus entierros los instrumentos que les sirvieron en vida, según el oficio que desempeñaron, pues estaban seguros de que en el sitio a donde iban seguirían ejerciéndolo, y en ocasiones hasta un perro que los guiara en su tránsito por el más allá.

A los dignatarios los hacían acompañar de sus sirvientes, sus mujeres y hasta soldados a los que sacrificaban. Todo esto revela que creían que la vida está hecha de ciclos, uno de los cuales empieza con la muerte.

José M. Gamboa Cetina, investigador del INAH, en un estudio (1), señala la “actitud ambivalente” de los mayas ante la muerte, pues le tenían miedo a Ah puch, hoy día conocido como Yum cimi, pero mantenían a sus muertos junto a ellos en entierros o urnas. Alberto Ruz Lhuillier, en El pueblo maya (Salvat, 1993), explica los diferentes tipos de funerales, según la calidad social del difunto, desde la sencilla tumba en la casa o el patio hasta el suntuoso templo, como el de Pakal.

Lo mismo dice Michael D. Coe en Los mayas (editorial Diana 1990), quien explica que los sepultaban con la boca llena de alimento, una cuenta de jade (como moneda para el peaje al más allá) y “en compañía de los ídolos y las cosas que hubiesen tenido durante su vida”.

En algunos casos, dice el propio Coe, momificaban las cabezas que conservaban en oratorios familiares, donde en ciertos periodos les hacían ofrendas de alimentos. Para nada hablan estos estudiosos de calaveras pintadas. Más del tema en próximo artículo.

La vida después de la vida. Ceremonias funerarias de ayer y hoy (www.mayas.uady.mx)

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