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Hace ya muchos años, en mi adolescencia, viví relativamente de cerca el momento de la muerte de un miembro de la familia de ya muy avanzada edad; rodeado de sus hijas y en las horas finales de su agonía, sus últimas palabras quedaron para siempre en la mente de quienes le escucharon. Falleció repitiendo de manera incesante: ¡Cuánto tiempo perdido!, ¡cuánto tiempo perdido!; todos los que estuvieron ahí quedaron fuertemente impresionados ante tal declaración al borde de la muerte.

De muchas y muy diversas cosas podremos arrepentirnos cuando nos encontremos en agonía. Hace algunos años Bronnie Ware, enfermera australiana, publicó un libro en el que recogía sus experiencias de muchos años con pacientes terminales, seres humanos a los que acompañó en los últimos días de su vida. Pudo hacer una muy interesante recopilación de lo que las personas hubieran querido hacer o no hacer en el transcurso de su vida, todos ellos enfermos desahuciados que se encontraban esperando la muerte.

La enfermera encontró una lista bastante amplia de arrepentimientos en la vida de sus pacientes, pero se centró en cinco principales: el primero de ellos y el más importante, de acuerdo con los desahuciados, era no haber tenido el coraje de hacer lo que ellos mismos querían y no lo que los demás esperaban; siendo este el principal arrepentimiento, debemos cuestionarnos de cuántas veces en nuestra vida dejamos de cumplir nuestros anhelos, dejamos de vivir nuestra vida para vivir la que otros nos han diseñado o esperan de nosotros. Realidad brutal la de llegar al borde de la muerte para darnos cuenta de que no vivimos sino que nos vivieron.
El segundo arrepentimiento era que se hubiera trabajado tanto; esto en los labios de un hombre o mujer de nuestros días es casi una blasfemia. En una sociedad de consumo, en la que el culto al trabajo y la productividad se han endiosado, afirmar esto es una locura. Todos reportaban que el exceso de trabajo les había hecho perderse de cosas maravillosas; en una era en que la adicción al trabajo se considera una conducta positiva es difícil darnos cuenta de que si bien hay que trabajar y que es cierto aquello de que “el que no trabaja que no coma”, también lo es que el trabajo dignifica al ser humano, pero es falso que sea la única acción que lo dignifica.

No haber tenido el coraje de decir lo que realmente sentían ocupaba el tercer lugar entre los más grandes arrepentimientos; las personas hubieran querido tener el valor de hablar y censurar aquellas cosas con las que no estaban de acuerdo, decir todo aquello que no les gustaba, pero al mismo tiempo les dolía no haberse atrevido a decir todo lo que sentían por aquellas personas que amaban, aquellos a los que les tenían un amor particular y tan pocas veces se los hicieron saber, como si amar fuera un motivo de vergüenza o debilidad que había que ocultar.

En el cuarto lugar los pacientes ubicaron el deseo de haber vuelto a tener contacto con sus antiguos amigos; haberse permitido el lujo de perderlos de vista después de muchos años es algo que al final de la vida duele en el corazón. La enfermera asegura que la compañía de los amigos es básica en los últimos días, ya que la familia está sumida en un proceso de duelo y en el lecho de muerte los amigos son indispensables para hacer más tolerable el proceso.
En quinta posición se ubica el deseo de haber sido más feliz; en este punto en particular, todos los enfermos aseguraban estar mucho más arrepentidos de lo que no hicieron en su vida que de lo que habían hecho. En este anhelo de felicidad se encuentra arraigada la decisión: quien está decidido a ser feliz a pesar de todo suele lograrlo con mayor frecuencia que aquel que espera que la felicidad le llegue.

Los seres humanos tenemos que aprender a perdonarnos y entender que en amplias etapas de nuestra vida decidimos irreflexivamente, pero eso no es motivo para flagelarnos cuando el error fue sincero y no maquinado. De soberbia utilidad es para todos nosotros saber esto y darnos cuenta de lo que hay que cambiar hoy mismo y vivir ahora, antes de llegar al final arrepintiéndonos de lo que no hicimos.

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