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Satanás es la encarnación del mal, vinculado a los pecados, lo oscuro y lo dañino. Está en todas partes. Ya sea en la sierra, en la selva o en el desierto, los seres humanos se hallan expuestos a su nefasta influencia. Así lo asegura Marcia Trejo Silva, estudiosa de la mitología mexicana.

El Tentador tiene la facultad de cambiar de forma, lo que le permite cumplir mejor sus objetivos. Se le describe como a una criatura antropomorfa de color rojo, con ojos brillantes, con cola larga terminada en punta y con un par de cuernos que coronan su cabeza. Lleva en la mano un afilado tridente. Otros afirman que su aspecto es el de un hombre elegantemente vestido de negro, cuya mirada relumbra de un modo espectral y ostenta un pie de cabra o patas de gallo. Unos más, simplemente lo identifican con un macho cabrío.

Se cuenta que en Tulancingo, estado de Hidalgo, hay una cueva llamada Nahpateco, donde el Diablo habita. Ahí va aquel que desea enriquecerse rápidamente. El individuo debe tener mucho valor porque sabe que enfrentará una terrible prueba. Debe ingresar a la caverna y luchar contra la mortífera serpiente que cuida cada una de las siete entradas a través de las cuales puede avanzar. De no lograrlo, quedará convertido en alimaña o morirá inmediatamente.

Una vez superado el obstáculo llegará frente al Malo, quien estará cómodamente sentado en una silla detrás de un escritorio. Éste le interrogará sobre sus deseos. Cuando lleguen a un acuerdo, firmarán un contrato con sangre. El dizque afortunado saldrá alegre de la gruta y se dedicará a gozar de lo que el Maligno le otorgó. Sin embargo, todos los bienes y favores recibidos desaparecerán cuando el tipo muera. El alma del sujeto, recién liberada de su atadura corporal, irá directamente a la cueva Nahpateco, para ponerse al servicio de Satanás. Se convertirá en esclavo y será encadenado por la nariz o la boca.

Por tantas solicitudes, el Diablo no puede emplear a todas las almas como criados. Así que algunas quedan bajo el aspecto de animales y son informantes o mensajeros del Demonio, concluye Trejo Silva.

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