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Sesenta años después del milagro de Chalma, estado de México, en el que el dios Oztotéotl fue sustituido por un Cristo, llegó a este sitio Bartolomé Hernández Torres, ermitaño agustino, quien se recluyó en la cueva, como lo hicieron los primeros cristianos en el Viejo Mundo. Fue Hernández quien promovió el culto al Cristo de Chalma hasta su muerte, acaecida en 1658.

Arturo Montero escribió que el discípulo de Bartolomé, fray Juan de San José, fue enviado por sus padres al santuario a la edad de ocho años para compartir el retiro. Sólo salían de la cueva para pedir limosna y con las dádivas que recibían construyeron una capilla en el interior, una escalinata para facilitar el acceso y un pequeño convento de seis celdas. Con las historias de los milagros, el lugar se convirtió en uno de los santuarios más famosos del Virreinato. A la muerte de fray Bartolomé, su discípulo continuó la obra de transformar otras cuevas en capillas.

Nueve kilómetros antes de llegar al santuario se encuentra un ahuehuete, que para algunos es mágico y milagroso. Los peregrinos llegan a donde está el árbol para danzar con una corona de flores; algunas mujeres le clavan pequeños envoltorios que contienen el cordón umbilical de sus hijos recién nacidos, otros depositan fotografías, cabellos, ramos de novia y gran cantidad de objetos, que muestran el agradecimiento por los favores recibidos del Cristo. Los peregrinos se bañan en el río Chalma, se lavan la tierra del camino y los pecados. Muchos acostumbran a realizar promesas al Cristo: caminar descalzos, ir de rodillas, con coronas de espinas, flagelándose la espalda, etcétera.

Montero propone que Oztotéotl es una advocación de Tláloc, la deidad acuática de los mexicas y otomíes, por los manantiales de agua cristalina que circundan el templo y la cercanía del río Chalma. Este paisaje hidráulico, las cuevas y la diversidad vegetal y faunística son en conjunto una clara alusión a Tláloc.

Esta deidad proveía el agua al amplio valle agrícola próximo a Malinalco, un gran baluarte de los mexicas, muy cercano al territorio otomí, concluye Arturo Montero.

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