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Pablo Herrero/                                                                                                                                Estoy presenciando la última función de la compañía de danza contemporánea del Estado de Yucatán Al Sur Danza, en el Teatro Peón Contreras, son las 9:00 p.m. del 23 de noviembre de 2018.

Se hace un breve oscuro; vienen a mi mente todos los recuerdos de las diferentes coreografías y los movimientos de los bailarines que disfruté durante esos años: el salto suspendido de Emmanuel Gutiérrez, la velocidad en los giros de Milton Acereto, los brazos y torso contundentes de Nicolás Flores, la espalda de Fanny Ortiz de la que brotaban alas, la fuerza de Lourdes Magallanes y la precisión de Verónica Castillo, entre tantos otros. Comienza la música y se ilumina el escenario.

Verónica comienza su movimiento cortado, fragmentado, como roto, me atrapa inmediatamente, luego juega con las cortinas enormes suspendidas de las varas y las desprende, como si arrancara la historia, dejando ver a los otros compañeros que inician sus movimientos desde su espacio, pronto empiezan sus discursos corporales.

Y entonces dije… qué suerte ser espectador de esta histórica función, mientras Rosalía Loeza y Verónica Castillo, bailarinas-maestras, dan vueltas, giros, van del piso al salto y viceversa, haciendo ver fácil lo que cuesta muchas horas de ensayo. Bailaban a la par de los más jóvenes, Sergio Borges, Carla Morcillo y Héctor Manrique, quienes demostraron su calidad y entrega.

La coreografía de Diego Álvarez Sandú con la perfecta iluminación de Miguel Flota y la música seleccionada hacían del evento algo más que significativo, apocalíptico, geométrico y saturado de emociones.

De pronto la música se detiene, los bailarines nos observan, algo nos quieren decir… se alcanza a percibir un pequeño grito ahogado, se detiene el corazón de todos y se hace el oscuro.

A partir de ahí, una cascada de aplausos y lágrimas se prolongaron varios minutos de un teatro lleno, de pie y agradecido.

Y entonces dije… estoy atestiguando el cierre de un proyecto que duró 31 años y me siento culpable; es la compañía del Estado, es decir, es también mi compañía y no los acompañé suficiente.

Y entonces dije… me faltó arropar. Una fórmula probada de funcionamiento de las compañías de arte es cuando son arropadas desde la sociedad civil, ya sea por el arraigo de sus tradiciones o por medio de patronatos o fundaciones que aseguran su existencia de manera económica, política y social.

Hace años le pregunté a una joven bailarina: -¿Qué piensas hacer de tu vida?, ya sabes lo que dicen: “Del arte no se vive.” –No sé, yo vivo para danzar.
Y entonces no pude decir nada.

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