|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Si nos quedamos observando a las personas que tienen un dispositivo móvil seremos testigos de que sus actividades se interrumpen constantemente para revisar las interacciones del aparato.

No importa la edad del sujeto, ni en qué actividad se esté desempeñando, pues este hecho se presenta en prácticamente cualquier contexto: en la casa en medio de la convivencia familiar, en la oficina o el banco (aun cuando estén prohibidos los aparatos); en el súper, en el auto, en fin, en cualquier sitio imaginable.

Es común ver que alguien literalmente paraliza su actividad para dedicarle el tiempo al celular. ¿Han visto cómo sus rostros les delatan cuando envían textos?

Otros, al hacer llamadas de viva voz, olvidan que otros les escuchan y ventilan asuntos que debían de ser privados.

El teléfono celular combinado con el potencial inaudito que tiene el internet y todas las aplicaciones que existen, si bien son algo grandioso, se están constituyendo en un problema.

Sabemos que es un arma muy recurrente para realizar trámites que antes eran muy engorrosos, los teléfonos inteligentes son cuasi secretarias que nos recuerdan de todo, podemos realizar investigaciones casi al instante con algunos clicks, un arma para comunicarnos en tiempo real y gratis con personas que se encuentran lejos –y también muy cerca-, también hay quienes incluso le hacen de reporteros para dar a conocer todo lo que hacen en su vida diaria con el uso frecuente de las redes sociales, y estos son apenas unos ejemplos de lo más recurrente.

La tecnología, sabiéndola utilizar y en manos expertas, es la mejor herramienta, pero se convierte en conflicto cuando su uso indiscriminado empieza a afectar nuestras actividades, y ni qué decir cuando caen en manos de nuestros hijos sin ninguna supervisión.

Hemos ido hacia allá gradualmente y sin darnos cuenta. Antes, los padres velábamos por el sueño de nuestros hijos vigilando que fueran a la cama temprano y durmieran las horas precisas; hoy, muchos nos hemos relajado permitiendo aparatos en sus cuartos que les roban algo más que el sueño.

Podemos decir que una gran mayoría de personas –no sólo adultos, sino también jóvenes y niños– vivimos sobreestimulados frente a la tecnología, casi al punto de convertirnos en sus rehenes.

Habría que estar atentos a lo que opinan especialistas en el tema. Investigadores de la Universidad de Bélgica y de la Universidad de Oxford afirman, en base a sus estudios, que el celular, la computadora, los videojuegos y la televisión nos roban horas de sueño; pocos van a la cama a leer relajadamente, ahora nos enfrentamos a una abundancia de alternativas antes de dormir, lo que nos resta horas de descanso y sueño.

Lo que les sucede a los chicos no exenta a los adultos, valdría la pena revisar si no se está volviendo un problema para nosotros estar en línea y disponible “24/7” como dicen los chavos.

Indiscutiblemente, el auge tecnológico ha sido determinante y hemos presenciado cómo se ha revolucionado la medicina, la ciencia, la industria, el comercio, la educación, las comunicaciones, en fin, todos los campos de la vida diaria, y confiamos que siga así para el bien común.

Es solo que ante el riesgo de convertirnos en prisioneros de los aparatos, vigilemos el uso que le damos –a nadie nos gusta ser esclavos–, que no lo seamos de la tecnología.

Lo más leído

skeleton





skeleton