Los Pixies… ¡en la capirucha!

Y es que los Pixies salieron con toda la actitud de mandarnos al diablo. No hubo palabras que mediaran, ni un “Hola México”. Nada. La música habló por ellos.

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No podía perderme la oportunidad de ver de nuevo a los Pixies. En 2015, los vi en el Corona Capital dando un concierto breve y cumplidor. Además, ¿los Pixies de a grapa en el Zócalo? ¡Gratis hasta las puñaladas! En esta ocasión, no sé si por la mística en directo en el centro neurálgico de este país (ya pasó con Roger Waters), la banda se creció paulatinamente.

El toquín empezó algo flojo -por culpa de los ingenieros de audio que no le metieron toda la potencia necesaria-. La voz predominaba por encima de los instrumentos, aunque se notaba que le estaban dando con todo, simplemente la energía no llenaba la plaza. Fue hasta pasados los 40 minutos que alguien en la consola prendió el switch marcado como “sonido rompemadres”. Entonces la potente garganta de ese calvo del mal, Francis Black, inundó a los que ahí nos encontrábamos.

Y es que los Pixies salieron con toda la actitud de mandarnos al diablo. No hubo palabras que mediaran, ni un “Hola México”. Nada. La música habló por ellos. Rola tras rola y sin descanso nos fueron tirando la pura crema de ese post punk tan suyo, melódico, ruidoso y ácido a ratos. Nada de probar nuevas canciones, pues sabían que queríamos el repertorio de siempre, el veneno esencial de la banda. Así fue.

Pasada la hora y media no tenían visos de querer parar. Tras cada evolución armónica de voces y riffs del mejor acid rock, parecían querer decirnos: “¿Ya se cansaron? ¡Pues tomen!”. Aunque el concierto era el cierre de la Semana de las Juventudes 2018, entre el respetable había todo tipo de gente, sobre todo esa nueva tribu conocida por el mote de “chavorrucos”. Viejitos, pero fibrosos, aguantamos lo necesario para una buena rocanroleada en vivo (otros lo veían desde sus ordenadores).

Después de dos horas en las cuales el veterano David Lotering le dio a la bataca hasta sangrar, acompañado por el finísimo guitarro del caos, Joey Santiago, y en los coros y el bajo por la argentina Paz Lechantin (que fue efectiva, pero jamás podrá reemplazar a la maga oscura Kim Deal), los Pixies cerraron la velada sin hacerse de rogar.

Para el encore tocaron su canción insignia, aquella que hasta los más villamelones corearon porque era la única que se sabían: “¿Dónde está mi mente?” reverberaba en el centro histérico de la nación a la par de miles de personas que se elevaban al cielo amparados por la SCJ…

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