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Ten cuidado con lo que sueñas, dice el adagio, no sea que se vuelva realidad. Ello le sucedió a Andrés Manuel López Obrador, porque no solo se cumplieron los pronósticos de ganar la Presidencia sino que lo hizo conforme a las estimaciones más altas, obteniendo además la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión, así que no tendrá impedimentos para llevar a cabo las transformaciones legales que requiera.

Ello, de un solo golpe, dio al traste con las teorías políticas de los pesos y contrapesos; con el sustento empírico de la demanda de la segunda vuelta, y con la propuesta de alcanzar gobiernos de coalición, que se proponían para el avance democrático.

Con el 53% de la votación, el mensaje de la sociedad no puede ser más contundente, pues representa la respuesta al hastío ante un sistema democrático, por tanto de partidos, que no ha dado los resultados mínimos aceptables en cuanto a procurar el bienestar de la población y ni siquiera para garantizar la seguridad pública.
La responsabilidad del presidente electo, al ser depositario de un poder así de absoluto, no puede ser más abrumadora, de manera que debe esforzarse para evitar caer en la tentación de gobernar unilateralmente. Su deber principal será realizar esfuerzos deliberados para escuchar a todas las representaciones partidarias y a todas las partes de la sociedad, antes de tomar las decisiones más trascendentes, pero sin caer en la inacción.

Morena, tanto por las características de su conformación, como por la atracción que ejerce entre los miembros de las demás organizaciones políticas, puede pretender funcionar como un “partido único”, creyendo que las diferencias que se diriman en su interior corresponden a las de toda la colectividad, pero sería un error pretender excluir los intereses y los puntos de vista del resto de la sociedad.

En Yucatán, antes bajo bipartidismo muy competido, la obtención de la gubernatura por el PAN no tiene otra explicación que el efecto AMLO, ya que no tuvo aumento alguno en su votación; lo que lo benefició fue el vertiginoso crecimiento de Morena que se dio, ahora lo sabemos, a expensas principalmente de los votos del PRI.

Por ello, la grosera escenificación de anacrónicos conflictos electorales, con la participación del Iepac, cuya titular hizo profesión de fe panista, está fuera de lugar. Si no atina por lo menos a contextualizar su victoria, menos será capaz de aglutinar la voluntad de la ciudadanía para rendir buenos resultados, pues tiene que trabajar con un gobierno central de otro partido y obtener el apoyo de la primera minoría del Congreso del Estado.

El triunfalismo, que es la otra cara del revanchismo, no beneficia, en estas circunstancias, a nadie.

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