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En Milenio Novedades se publicó que “los profesores son uno de los grupos más afectados por la depresión, la fatiga emocional, estrés y otras dolencias, como el denominado síndrome de agotamiento o burnout, el cual se llega a presentar en nueve de cada diez docentes, de acuerdo con especialistas”.

La columna Viernes Cultural y El Transcriptor siguen leyendo, entre sorbo y sorbo de sus espressos dobles: “El más común de estos problemas es el burnout, agotamiento que tiene como principal síntoma un profundo desgaste mental tras años de estar frente a grupo de alumnos impartiendo clases”.

Hummmm, cavilan los queridos de los viernes: podría ser cierto, también una de las causas de los males es el pánico (no escénico) a presentar la evaluación del desempeño, al decir de algunos docentes.

Sin embargo, no todos padecen de burnout. Por ejemplo, mi amigo El Sabio, profesor constructivista (de la corriente de Montessori), tuvo un eficaz desempeño docente sus más de tres décadas de servicio magisterial.

Con extraordinaria destreza, practicaba dos técnicas pedagógicas, muy similares, por cierto ya patentadas y con derecho de autor ante el instituto nacional del ramo.

Una: empezaba a pasar lista, con una extraordinaria parsimonia, preguntando al alumno si sabía o no el origen de sus apellidos, si era o no pariente de fulanito de tal y, cuando se armaba el relajo, El Sabio, disgustado, decía con voz de tenor: no sean así, ya me confundieron, voy a empezar el pase de lista, y así una y otra vez, hasta que, en un momento dado, sonaba la campana del recreo y, sin haber dado clase, se retiraba, tranquilamente, a departir con sus colegas.

Otra: muy similar al anterior, solo que en esta había complicidad con los alumnos. Le correspondía el último módulo de clase antes de la salida de la jornada.

Iniciaba el pase de lista, repitiendo casi el esquema anterior, solo que aquí, al distraerse El Sabio, los alumnos iban saliendo sigilosamente del salón hasta que, en un momento dado, no había más que uno o dos estudiantes, y El Sabio sentenciaba: así no puedo dar clases, iré a informárselo al director de la escuela, y salía también muy a gusto con la satisfacción del deber cumplido de haber asistido a su centro escolar.

Al cumplir más de treinta años de ejemplar servicio en el sistema educativo, el distinguido maestro se jubiló y se retiró (casi con honores) a disfrutar de la vida, sin hacer nada, como desde entonces.

El Sabio nunca padeció de burnout.
De nada… Saludos…

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