|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Esta modernidad es conocida como el siglo de las migraciones. El planeta se encuentra convulso por esas olas que azotan a los países desarrollados.

Las fuentes de esos movimientos humanos tienen etiologías diversas; transversalmente a esos movimientos se encuentran los desplazamientos internos que, según expertos en demografía, son realizados en forma voluntaria o forzados.

Como sea, estos tipos de movilidad son tan dramáticos como observar a miles de personas migrar de sus naciones originales en búsqueda de mejores condiciones de vida o protección a su integridad física.
Los desplazamientos rurales–urbanos son comunes, pero pasan desapercibidos, aunque se manifiestan palpablemente en las urbes receptoras. Un ejemplo de ello es nuestra capital del Estado, donde miles de seres humanos llegan buscando mejores condiciones de vida que en sus municipios no encuentran.

Aunque el consuelo para este tipo de desplazamientos es que el día que el protagonista se canse de vivir en paupérrimas condiciones en el sur profundo puede volver a su lugar de origen sin consecuencia alguna.

No sucede lo mismo a quienes migran de otros territorios huyendo de situaciones de violencia, desastres agrarios o interétnicos.

Los desplazados voluntarios o forzados, excepto en el Estado de Chiapas, no gozan de protección adicional a sus derechos humanos, si acaso reciben algunas compensaciones en forma de asistencia.

Los organismos internacionales, como Acnur, protegen a los migrantes que van de una nación a otra, e incluso les otorgan la calidad de refugiados, figura jurídica concedida a los hondureños que transitan por el territorio nacional con sus documentos migratorios en regla.

En estas formas de movimientos demográficos, las mujeres y los niños son grupos vulnerables en todo desplazamiento, lo cual se agrava si en las mujeres existe un componente étnico. La discriminación de raza y clase se hace patente incrementando la desigualdad de género.

Nadie desea abandonar su terruño, hacerlo es traumático. Se hace cuando no hay empleo, cuando la tierra no fructifica al trabajo.

La falta de políticas emprendedoras que sustituya al asistencialismo procaz resolvería en mucho estos movimientos hacia la ciudad, en donde se viene a ganar sueldos míseros por la falta de especialización en el empleo.

Miles de mayas peninsulares se asientan en el sur del olvido, sin protección específica a su cultura, y no existe razón para pensar que este flujo de desplazamiento rural-urbano va a disminuir. La tierra y el maya en la ciudad se divorcian.

Lo más leído

skeleton





skeleton