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Escribo lo que veo: el sur comienza a ser acicalado. Cientos de trabajadores, machete en mano, diariamente se adentran al sur profundo e invisible para eliminar maleza y basura acumuladas por años. Calles alternas recién construidas y otras en proceso evitan dar largos rodeos y ofrecen seguridad al evadir el cinturón de la muerte que es el Periférico.

La promesa de las autoridades estatales y municipales de eliminar la desigualdad entre el norte y el sur de la ciudad llena de esperanza a esta parte de la población formada preferentemente por migrantes de otros estados y mayas que dejan sus territorios ancestrales en busca de mejores condiciones de vida.

Aquí en el sur profundo, más allá del Periférico citadino, se habla el maya a todas horas del día, pero otras variedades dialectales se manifiestan sin tapujos: tzeltal, zotzil, chontal y hasta náhuatl son formas de comunicación, la vergüenza de identificarse como indio en este territorio invadido ha desaparecido.

Aquí todo falta, nada sobra. La movilidad vial es un factor de desasosiego; si los autobuses están en buen o mal estado es lo de menos, la urgencia es de rutas rápidas y seguras, sobre todo en los amaneceres, cuando hay la premura de que los niños lleguen a la escuela y los adultos a sus centros de trabajo.

Las políticas multiculturales aplicadas a estos modelos urbanos exigen ser reales. Los sureños saben que se encuentran en desigualdad en todos los términos; la mayoría son empleados sin especialidad, son los milusos que cobran salarios de miedo.

La historia es simple: al llegar a la edad laboral, muchos migran hacia la gran urbe para realizar trabajos subalternos, que para ejercerlos no necesitan ningún estudio. Este desfase entre la prestación de los servicios educacionales y lo que terminarán haciendo para ganarse la vida se explica como parte de un mecanismo prolongador de la explotación y marginación de los grupos vulnerabilizados por su etnicidad.

Esta forma de desigualdad se ensancha hacia otros terrenos, que van desde la vivienda endeble hasta los terrenos educativos y culturales.

Es cierto que la educación no va a resolver todos los problemas de diferencias entre las culturas, aunque sí es veraz que la educación es uno de los pilares de los que puede colgarse el desarrollo de esta población vulnerable.

Resulta halagador observar que, por primera vez, el sur invisible tiene agenda de desarrollo, la educación laboral es una salida.

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