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Uno de los más grandes desafíos a que se enfrenta la humanidad es la disponibilidad universal, con suficiencia y adecuada calidad, del preciado recurso del agua.

Tan importante es que ninguna forma de vida sería posible en nuestro planeta sin ella, y es un asunto que precisa de la responsable participación de todos. Me atrevo a decir que uno de los principales obstáculos que debe vencerse es el de la ignorancia, grave enfermedad que se cura con una buena dosis de información oportuna, certera y veraz, consumida cotidianamente y en abundancia.

El agua potable es apta para su consumo de forma segura por los seres humanos, sin embargo está expuesta a tantos riesgos de contaminantes que es difícil prevenir, medir y controlar todos los factores que amenazan su potabilidad. Las principales causas que le pueden hacer perder esa característica son bacterias, virus y amibas, causantes inmediatos y directos de enfermedades; o minerales y otras sustancias tóxicas, ya sea disueltos o como partículas en suspensión, que igualmente ocasionan padecimientos desde leves hasta muy graves, pero que son más difíciles de establecer como causa directa debido a que sus efectos se detectan después de un tiempo prolongado de exposición. Las sustancias orgánicas también representan un peligro y, aunque con menor frecuencia, es posible encontrar sustancias radiactivas.

El agua para beber podemos obtenerla del suministrador autorizado en nuestra ciudad, que en la mayoría de los casos en México es el gobierno estatal o municipal, con unas pocas excepciones en donde ese servicio se encuentra concesionado a una empresa privada. Igual podríamos instalar en nuestro propio domicilio algún sistema para tratarla y potabilizarla, y un enorme porcentaje de la población, quizás por una no siempre justificada desconfianza en la que es enviada hasta nuestros domicilios por una compleja red de tuberías de distribución, recurre a la compra de agua embotellada, pagando por ella un precio por metro cúbico que puede llegar a ser cientos o miles de veces más alto.

Algunas sustancias que representan un peligro especial y podrían estar en el agua son amonio, magnesio, fosfatos, arsénico, cadmio, zinc, cromo, nitratos y nitritos. La Organización Mundial de la Salud establece que el plomo, aun en muy pequeñas cantidades, puede ocasionar entre la población infantil deficiencias de aprendizaje, problemas conductuales, daños al sistema nervioso, baja estatura o disminución de la capacidad auditiva y recientemente se ha demostrado que el manganeso podría causar daños neurológicos y bajo coeficiente intelectual.

Los organismos operadores del sistema de agua de cada localidad podrían contribuir a reducir nuestra ignorancia, informando a la población si hacen análisis para detectar la presencia de estas sustancias.

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