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¿Qué es la soledad?, pregunta el Principito.

Es un reencuentro consigo mismo, y no debe ser motivo de tristeza, es un momento de reflexión.
Muchas personas ven como algo positivo la soledad, especialmente cuando se le considera como ese espacio personal de reflexión y meditación, para acompañarse de sí mismo, aprender, renovarse, tomar fuerzas, como sugiere Antoine de Saint-Exupéry.

Sin embargo, es realidad que pocos pueden ejercer un alto grado de control sobre su soledad, abstraerse del mundo a su capricho o deseo, y que puedan regresar a voluntad al mundo real en el momento que les venga en gana, haciendo de la soledad algo pasajero, como un lugar conocido al cual pueden ir de visita y regresar sin problemas. Cuando se tiene esa capacidad, bienvenida la soledad, esa soledad que es alivio, aquella que cura, la que es maestra, la que nos fortalece.

Sin embargo, también está en el otro lado de la moneda la soledad que es dolencia, aquella que causa daño emocional y físico, que de ninguna manera es deseable ni se disfruta. Víctor Hugo decía: “El infierno está todo en esta palabra: soledad”. La soledad entonces es un sentimiento bastante subjetivo.

Hoy pareciera que es muy difícil que ocurra la soledad, no hay lugar que no esté concurrido, que sea bullicioso; las casas son más pequeñas, los espacios públicos, especialmente los de calidad, son escasos y por lo tanto muy visitados. Pero aun rodeados de familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos, hay personas que se sienten emocional o socialmente desconectadas de los demás.

Son muchos los caminos que llevan a la soledad, y puede llegarse a ella de manera gradual o súbita, pero, cuando se alcanza, salir de ella puede ser mucho más difícil de lo que creemos. La soledad crea una trampa que a la persona se le vuelve muy difícil de romper para liberarse, además de que distorsiona sus percepciones sociales y emocionales, disminuyendo su autoestima.

La persona que se siente sola asume que le importa poco a los que conforman su círculo de relaciones cercanas y piensa equivocadamente que su compañía no es agradable para los demás, rechazando de esa manera y sin proponérselo precisamente a quienes tendrían no solo la disposición, sino la capacidad de ayudarles a aliviar su condición.

Liberarse de la soledad y sanar las heridas psicológicas que ocasiona es una tarea que requiere una firme decisión que se traduzca en acción. Si te sientes solo, organiza todo el valor que seas capaz de reunir desde tu interior, haz una lista de las personas con quienes has disfrutado momentos de compañía en el pasado, y empieza a llamarles para decir: ¿Qué te parece si nos tomamos un café hoy por la tarde? ¡Hazlo ya, no esperes!

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