El error

El error es una constante en la vida que pocos parecen entender...

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El error es una constante en la vida que pocos parecen entender. Lo sabe la niña que, para que la madre no la regañe, niega ansiosamente haber tirado el frasco de mayonesa. Lo tiene muy claro el empleado que olvidó el cambio de horario y, por lo mismo, adelantar las manecillas del reloj, pero que atribuye a una gripa el motivo de su ausencia de la oficina.

Existe como norma a voces y no es difícil comprender el porqué. El error todavía más grande que cometer un error es no admitirlo. Llamémosle vergüenza, orgullo, pedantería, miedo. Tal vez una de las causas es que no queremos que nos juzguen por aquel descuido que estuvimos dispuestos a enjuiciar cuando fue ajeno. Dice el poeta José Díaz Cervera: “Vivimos en una sociedad que nos socializa para no aceptar el error y eso nos pone en desventaja”.

La filosofía, el pensamiento de algunos filósofos, pone en duda la idea de nunca equivocarnos. Cientos de páginas se han dedicado a la teoría del error. Porque pese al mal sabor de boca, a lo que digan los necios, fallar es enmendable. Otra sería la forma de vernos entre nosotros, si entendiéramos que un desliz es superable.

Sobreponerse a las acciones, los pensamientos y lo dicho es lícito. Tal como la escritura, la vida consiste en un “ensayo y error”. Probar y rectificar más que ganar y  dominar. Quizá por eso no debería extrañarnos que el origen del ensayo moderno sean las cavilaciones de Montaigne sobre él mismo. Habría que ensayar, acercarse con otros ojos a lo inmediato y de ahí ampliar los horizontes.

Basado en la lógica, al igual que en la lectura y la docencia de varios años, Díaz Cervera afirma: “Desde cierta perspectiva, el conocimiento se puede definir como la corrección del error; por lo tanto, el error es la materia prima del conocimiento”.

Si en medio de una discusión con el prójimo, nuestro deseo es imponer la visión propia antes que llegar a una verdad, la plática no será más que un monólogo infructífero. La fobia a cambiar de parecer sobre un tema, el orgullo que imposibilita admitir que no teníamos razón, pese a los argumentos válidos del otro expositor, nos alejan más de la certidumbre. Ensayar y errar deberían ser la consigna.

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