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Existe un particular tipo de seres humanos, aquellas personas que son capaces de encontrar siempre en los demás todo aquello que es negativo, desagradable o de plano fallido, prestos eternamente a encontrar el error o lo condenable en los demás.

Nos topamos con ellos en alguna farmacia, ventanilla de atención al público, en la forma de un médico tan exigente como incomprensivo, en la voz y las órdenes de algún superior que demanda resultados sin fundamento.

La exigencia es parte del perfeccionamiento del ser humano, debemos recordar que exigirnos es parte del camino por andar mientras nos vamos construyendo lentamente día a día, pero ello no nos otorga un permiso absoluto para caer en la incomprensión con nosotros mismos ni con quienes nos rodean.

Tanto en la educación de nuestros hijos como en la exigencia personal o en el mundo laboral, las metas poco exigentes producirán resultados intrascendentes y poco satisfactorios, sin embargo caer en la tentación de irnos sin freno hasta el otro extremo producirá desastrosos resultados.

Lev Vigotsky ejemplificaba esto a través de lo que llamó “la zona de desarrollo próximo”, asegurando que el educando se encuentra con un cierto conocimiento y habilidades y la labor del docente es llevarlo a un nivel que todavía no posee, para ello debe trazar una meta lógicamente alcanzable y trabajar en la construcción de un “andamiaje” que permita al alumno transitar de donde se encuentra a donde se pretende que llegue.

Debemos brindar con nuestros recursos un “andamiaje” que permita a quienes nos rodean enfrentarse a los desafíos de su vida y lograr sus objetivos; muy poco lograremos si vivimos empecinados en demandar, infinita e incomprensiblemente, resultados que no son alcanzables.

Esta es una posición ante la vida no solo estéril sino peligrosa, porque bien dice la Biblia: “Dios los juzgará del mismo modo que ustedes hayan juzgado y los medirá con la misma medida con la que hayan medido a los demás”, traducido en “con la vara que midas serás medido”.

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