Frenesí

Se ofenden quienes son llamados “chapulines”, aunque los saltos de un puesto a otro, aunados a su voracidad, los harían antes merecedores de otro nombre, “saltamontes”, que avanzan como una plaga sin freno.

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Frenesí es un sustantivo que en español, en inglés (frenzy) y en francés (frénésie) parte de la raíz latina phrenesis, es decir, “delirio furioso, violenta exaltación y perturbación del ánimo”, de acuerdo con la Real Academia Española. “Locura temporal, agitación emocional, salvaje y a menudo desordenada actividad”, define el diccionario Merriam-Webster.

No hay mejor palabra para ilustrar, entonces, lo que sucede cuando se acerca una elección. Los partidos, sus dirigentes, las militancias, los operadores, todos se vuelcan en un frenesí no solo en busca de candidaturas, de espacios en la administración pública y de curules, sino en pos del poder temporal que, a muchos de ellos, les garantiza una vida de privilegios, que todos resumen, sin embargo, en un sospechoso empeño de servicio a la nación.

Se ofenden quienes son llamados “chapulines”, aunque los saltos de un puesto a otro, aunados a su voracidad, los harían antes merecedores de otro nombre, “saltamontes”, que avanzan como una plaga sin freno cuando de acomodarse en el erario se trata. Su indignación, por supuesto, apenas si tiene espacio en medio del frenesí con el que se alistan a tomar por asalto cuanto lugar ven a su paso.

Que 14 de las 16 delegaciones de la capital se queden sin jefe elegido en las urnas y sea relevado por un director jurídico es lo de menos. Porque la práctica es generalizada y no importa cambiar de camiseta o llevar una combinada. Ideología, principios y plataformas se convierten en una masa lista para modelarse al gusto, para exhibir en plazas públicas de improbables fanáticos que aplauden discursos vacíos a la menor provocación.

El frenesí alcanza aun a aquellos políticos que son toda serenidad, sabedores de tener un lugar asegurado por ser los operadores de siempre bajo la categoría de eso que llaman “plurinominal”, es decir, que nunca harán campaña y se beneficiarán de los recorridos, mítines y concentraciones donde sus compañeros de partido, a los que palomearon antes, se ganan los votos.

Como en la novela El perfume, de Patrick Süskind, Jean-Baptiste Grenouille es el hueso y la multitud, embelesada por su aroma, la clase política, presta a devorarlo en un delirio furioso, en una agitación salvaje, perturbada.

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