La estela del ambientalista que partió

Conocí a Lucas en el Congreso del Estado de Quintana Roo a mediados del 2003. Iba de un lado a otro buscando a los diputados del Verde Ecologista...

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Conocí a Lucas en el Congreso del Estado de Quintana Roo a mediados del 2003. Iba de un lado a otro buscando a los diputados del Verde Ecologista –a Francisco Armand Pimentel, en lo particular, al que llamaba “su amigo”– para hacerle tal o cual señalamiento, indistintamente acompañado por tres pequeños, Julio, Juan y Paco, de entre 5 y 9 años, todos ataviados de manera sencilla, pero, eso sí, muy limpios. Ellos eran sus hijos, aunque el común pensara, incluido su servidor, que serían sus nietos. Lucas Nació un 18 de octubre de 1951.

A su flanco estaba siempre Andrés Castellá Blanch, con sombrero de medio lado, de esos tipos que miran fijamente a los ojos cuando te hablan, gente de barrio a pesar de su apellido catalán, cargador en la Merced (Ciudad de México) por años, recio, pero conciliador, hábil para usar el GPS. 

Lucas siempre vestía camisa ligera, pantalón holgado de mezclilla con bastilla, huaraches de cuero, de esos con suela Goodyear, de andar erguido y paso firme. Sus cigarros sin filtro, siempre a mano.

Calada al hombro llevaba su inseparable bolsa de malla, colorida y repleta de secretos, como el pistolero aquel que guarda celosamente el arma en su sobaquera. Detrás de las luengas barbas blancas se adivinaba a un personaje de los que nuestra sociedad cataloga como de “buena familia”, tez blanca, de mirada franca y tristeza contenida, gesto adusto, curtido por los años y los caminares bajo el cielo raso… manos y pies toscos, charla amena, con voz tan apacible como imperiosa, acorde a la situación.

Juan Luis Duch Manzano, “Lucas” en sus óleos y artesanías, obras que elaboraba y vendía para sobrevivir junto con su gran familia, luchaba sin regatear por defender el entorno natural. Fue miembro del Movimiento Ecologista Mexicano (MEM), encabezado por Alfonso Ciprés Villarreal, en sus primeros años como organización. Lo mismo batalló en Oaxaca, que en Chiapas, Jalisco o Quintana Roo.

Resultaba generalmente incómodo para las autoridades, para legisladores y asociaciones civiles afines y encubridoras de los gobiernos y dependencias relacionadas con el medio ambiente.

En esos días yo trabajaba como reportero y creía, como hasta hoy, en el periodismo y su poder. Lucas había entablado ya varias escaramuzas con autoridades de Benito Juárez por devastación de manglares, al igual que sucedió en Akumal y Tulum. El tipo no mostraba el menor rasgo de temor al declarar y sustentar su dicho con estudios de impacto ambiental, con leyes en materia, nombres y apellidos.

Quizás por su fachada anacoreta, mis colegas poco le prestaron atención, pero a mí me abrió las puertas de la portada del periódico una y otra vez.

Terminé, no sólo siendo su amigo, sino cómplice de sus proyectos de rescate ecológico y de reciclaje de desechos sólidos, como el PET. Integramos el Movimiento Ecologista Quintanarroense (MEQ) ese mismo año, y tramitamos su registro en la Notaría Pública de don Juan Ignacio Hernández Ornelas (+). En esta aventura nos acompañó Alexander Harafad Dorado Dzul, en ese entonces joven maestro de la lente, hoy aguerrido reportero, y el compadre de Lucas, don Rufino Hernández Piña, de los viejos pobladores de Chetumal, hombre de campo, leal, recio y humilde.

Tres delfines saltando sobre el agua en armonía y coincidencia, coronando la copa de una milenaria ceiba, cuyas ramas se tornaban en oleaje del Caribe, fue nuestro emblema. 

Bien, pues este hombre cabal, geólogo de profesión, amante de la naturaleza, apasionado en su lucha a favor del medio ambiente, personaje incómodo para muchos funcionarios de todos los niveles, objeto de veladas amenazas al igual que sus hijos en tiempos de Félix Arturo González Canto, cambió el plano terrenal por un entorno más etéreo. Finalmente alcanzó a María Sabina, de quien tomó muchas de sus experiencias, y también a Andrés, que se marchó hace más de dos años luego de lidiar con el cáncer… Los transgresores del medio ambiente, los que se enriquecen a costa de las bondades de la naturaleza de Quintana Roo, pueden dormir tranquilos. Lucas ya no está en Tulum, ni en la Riviera Maya, ni en Cancún. Para ustedes, descastados depredadores, ya no está más. Para quienes creemos en el equilibrio natural de las cosas, del entorno, del planeta y sus moradores, se queda vivo en sus enseñanzas, en su fe en la gente de bien.

Juan Luis Duch Manzano me honró con su amistad hasta el último momento, me insistió en dejar de alquilar la pluma para satisfacer intereses ajenos y hacerla mía para defender a la tierra, pero me faltó coraje… Nunca entendí bien su modo de vivir la vida, siempre al día, sin hogar, sin comodidades, sin dinero… pero hay algo de Lucas que, prometo, defenderé con toda el alma: ser fiel a sí mismo. Esa fue la gran enseñanza de este hombre sin par para quienes tuvimos el privilegio de compartir con él su tiempo. Hasta pronto, “Abuelito”. Te saliste con la tuya.

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