¿Leyes o valores?

Las reformas del presidente y las 'contrarreformas' de los legisladores solo evidencian los intereses que se oponen a las necesidades de los mexicanos.

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Cuando un país necesita muchas leyes y reformarlas constantemente sólo demuestra que su sociedad y su gobierno carecen de valores cívicos, éticos y morales, fundamentales para una convivencia justa e igualitaria. 

El presidente De la Madrid pretendió iniciar una renovación moral de la sociedad, que no pudo conseguir, porque las escaleras se barren de arriba hacia abajo; si tan sólo lo hubiera intentado en su gabinete, tal vez se hubieran tenido resultados diferentes, pues al término de su sexenio apenas se obtuvo una inmoral devaluación y lo sucedió el presidente más cuestionado del México moderno.

Las actuales reformas del presidente y las “contrarreformas” de los legisladores sólo hacen evidente la gran cantidad de mezquinos intereses que se oponen a las verdaderas necesidades de la sociedad civil mexicana, que, al estar sometida económicamente y poco informada, no puede reaccionar activamente ante las leyes que sus legisladores pretenden imponerle, por miedo de perder el poco patrimonio que con tanto esfuerzo se puede conseguir trabajando honestamente.

Todas las leyes secundarias que los legisladores han aprobado o pretenden aprobar son contrarias a la intención del presidente de empezar a mover positivamente al país; de la educación que debería ser un semillero de esperanza para la sociedad, la reforma nada más realizó un cambio laboral en el que todavía no se sabe cuánto y cuántos maestros cobran del erario; en la de comunicaciones, resulta que los monopolios no son los preponderantes, o cuando menos no quieren ceder a las obligaciones de serlo; la petrolera ofrece muchos beneficios, pero aún continuarán los “gasolinazos” hasta 2015.

La reforma hacendaria pretende realizar una feroz recaudación utilizando todos los recursos tecnológicos y bancarios leoninos a su alcance, para exprimir a los contribuyentes cautivos hasta en sus más pequeñas operaciones económicas y someter a los informales, como si se tratara de un país desarrollado, y para que políticos, sindicatos y demás privilegiados conserven o incrementen su nivel de gasto discrecional sin que nada ni nadie pueda regularlos.   

En algunos países, el aumento de los impuestos conlleva algo más que la sola esperanza de una mejoría en la seguridad social, pero, en el nuestro, la certeza absoluta que no la habrá, pues tenemos un estado ineficiente y obeso que acaba con todos los recursos recaudados, sin transparencia y sin rendir cuentas; la alternancia en el poder democratizó la corrupción y la  impunidad, por eso la oposición ha aceptado y aprobado estas leyes. La confianza es obsequio de la honestidad; valores escasos en México.

La nula respuesta de la sociedad civil ante este alud de leyes secundarias opuestas a sus intereses recuerda la frase de un luchador social: “No me preocupa la agresión del gobierno, sino el silencio de la sociedad”.

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