Nada sin el sol sucede

Me encanta poder pensar en el arte islámico, en La Alhambra por ejemplo.

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En octubre de 2014, en la inauguración de la exposición Diez pintores abstractos en Yucatán, en el Gran Museo del Mundo Maya, el secretario de la Cultura y las Artes, Roger Metri Duarte, anunció el proyecto de editar un libro de la muestra, que al fin sale a la luz, presentándose el pasado marzo con otra exposición en el Teatro Peón Contreras.

La obra, debida sin duda a la labor promotora de Jorge Roy Sobrino, cumple la expectativa de ser una joya editorial por su calidad y belleza y un referente importante de la plástica que se hace en Yucatán. 

Es uno de esos libros que pueden ser visitados continuamente, iniciativa en la que Roy logró conjuntar la aportación de variadas instituciones para cristalizar un proyecto que es testimonio de artistas plenamente representativos: Fernando García Ponce, Gabriel Ramírez Aznar, Ralph Walter, Eduardo Ortegón, Alberto Urzaiz, Manuel González, Jaime Barrera, Celina Fernández, Francisco Barajas y el mismo Jorge Roy Sobrino, la mayoría yucatecos, representativos del alto nivel que tiene en estos confines la  creación plástica. 

Reconocidos críticos e historiadores del arte dejan su huella en el libro. Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique en las presentaciones y Argelia Castillo como autora de las semblanzas de los artistas, aproximación a sus obras en este difícil y poco practicado arte-conocimiento que es la crítica. 

Teresa del Conde reflexiona sobre las significaciones de lo abstracto, quehacer  mucho más universal y diverso que la simple negación de lo figurativo, y que hoy se extiende en el reino de la libertad expresiva con la que el artista proyecta su ser interior y su percepción del mundo, liberado de las ataduras de la representación y el acoso de los poderes que imponen su influencia o restringen los significados divergentes. 

En esa pluralidad de formas expresivas se mueve el artista, entre el trazo “informal” y la geometría, el color y la sombra, entre la modernidad y tiempos remotos en los que Teresa del Conde ubica prohibiciones que pudieron originar arte abstracto, como la querella iconoclasta entre el Imperio Bizantino y el papado, centrada en la prohibición del culto a las imágenes. Apoyado en esta alusión, me encanta poder pensar en el arte islámico, en La Alhambra por ejemplo, como momento cimero del arte abstracto. 

Siempre me ha intrigado el arte accesorio y misterioso que practican los pintores al nombrar sus cuadros. Unas veces con breves descripciones como en “Noche en el Arrecife”, otras con sequedad notarial como “Pintura número cuatro”, algunas con el franciscano “Sin título” y muchas con sugerentes deliquios que son mini creaciones literarias, auténticos haikús o poemínimos, como los Gabriel Ramírez Aznar, de quien tomo prestado este: “Nada sin el sol sucede”, que tan bien describe las pinturas del libro, y tanto se parece a la definición de “Pintura” de  Alberti: “…imaginación, helor u hoguera, / Diseño fiel o llama desceñida. / A ti, línea impensada o concebida… / Sombra entre luz, luz entre sol, oscura…”.

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