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El padre le concedía al hijo sus peticiones. Aquéllas que, en su sabiduría, sabía que no le harían daño. Fue un hijo planeado y esperado por mucho tiempo. Desde antes de nacer gozó del amor y bendición de su padre. Siempre se interesó en las cosas que hacía su hijo, fueran buenas o fueran malas, y cuando hubo necesidad de corregirlo, lo hizo con amor. Cuando era necesario, a fin de que aprendiera, le dejó en ocasiones sufrir las consecuencias de sus actos, pero siempre estuvo ahí por si el hijo le pedía su ayuda. A veces, sin que el hijo lo supiera, intervino para evitarle daños mayores que sus actos le ocasionarían, pero las más de las veces se mantuvo al margen, respetando la libertad del hijo para actuar de acuerdo a su propia voluntad. Las pocas veces que el hijo se acordó que su padre podía ayudarle, solicitó su ayuda, y la recibió. Le brindó su perdón sin reclamos las contadas veces que el hijo reconoció que había ofendido a su padre.

El comportamiento del hijo no correspondía al amor del padre. Desde chico había sido rebelde, insolente y grosero. Pocas veces se acordó de su padre, como si no existiera. Conforme creció, hizo y deshizo a su antojo. Nunca tomó el parecer de su padre, ni se preguntó si su actitud y su accionar le causarían algún dolor al trasgredir las normas que le había impuesto. Violó cuanta norma pudo. Le fue infiel a su esposa, la golpeó, despilfarró el dinero en francachelas y en más de una ocasión no proveyó para las necesidades de su familia. Estuvo lejos de ser un buen ejemplo para sus hijos. No estuvo en las obras teatrales, ni en los eventos deportivos en los que participaron sus hijos, ni brindó consuelo cuando lo necesitaron. Era áspero con su familia. Este hombre no era buen padre, como nunca había sido un buen hijo. ¿Cómo, entonces, debió haber procedido su propio padre cuando un día, recapacitando, el hijo regresó para pedirle perdón? ¿Qué clase de consideraciones merecería un hijo así? Más de uno contestaría que un hijo así no merece ni perdón ni consideraciones. La pregunta es más personal: ¿le perdonaría usted? Piénselo dos veces, porque en este caso, el padre es Dios. Y el hijo es usted.

 

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