|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Tenemos tres grandes obstáculos en nuestra educación, producto de creer que seguimos viviendo en la revolución industrial del siglo XVIII. Si se compara a la escuela con una planta armadora de autos, se entenderán muy bien estas situaciones. Si se recuerda a la fila de niños que marchan bajo el sonido monótono y repetitivo de una línea de producción de embutidos en la película The Wall, se tendrá una imagen clara de la gravedad de nuestro embrollo.

A la escuela la vemos como un complicado mecanismo. Como las máquinas están hechas de partes intercambiables, lo cual es bueno porque podemos arreglar un desperfecto mediante un cambio de refacciones, cuando una profesora falta pues le conseguimos un sustituto. Como si cambiáramos un engrane o una polea. Este es el primer problema, creer que la escuela es una fábrica.

Si se quiere producir algo de calidad, la uniformidad de los insumos es esencial. Para unas buenas puertas, pues nada mejor que tablones de características idénticas, para asegurar una calidad uniforme. De forma parecida, cuando los estudiantes inician sus estudios, buscamos que tengan los mismos conocimientos, valores y habilidades. Hasta los examinamos antes de admitirlos para asegurarnos que sea así. Este es el segundo problema: mirar a los estudiantes como materia prima.

Sobre todo, queremos un mismo resultado educativo. Al fabricar puertas, queremos que todas sean iguales; por calidad,  decimos, ya que no es deseable que una tenga las vetas claras y otra no. De manera análoga, cuando una alumna termina la secundaria aseguramos que sabe (o cuando menos debiera saber) una lista muy específica de conocimientos. Como si fuera una puerta. Este es el tercer problema, creer que los egresados son productos estandarizados.

Es claro que las escuelas no son fábricas, los docentes no son piezas intercambiables y los estudiantes no son materia prima. Entonces, ¿por qué nos empeñamos en tratarlos como si lo fueran? Porque el sistema escolar fue perfeccionado hace muchos años para proveer una fuerza de trabajo uniformemente capacitada. Y si se quiere empleados que sepan y puedan hacer todos lo mismo, pues lo mejor es que estén en grupos, bajo las órdenes de un supervisor y siguiendo un mismo programa de capacitación. ¿El parecido con lo que ocurre en cualquier aula puede ser coincidencia?

Necesitamos otra manera de ver nuestro sistema educativo. Una que nos permita no sólo aceptar que todos y todas somos diferentes, sino que además saque ventaja de esa diversidad; una que también valore la innovación y la creatividad; una que sea capaz de ayudarnos a enfrentar nuestra cambiante realidad.

Lo más leído

skeleton





skeleton