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Un estudiante con un arma de fuego es una imagen de pesadilla. No sólo por la pistola, que en sí misma es aterradora. Es una escena pavorosa porque representa un juego de espejos que refleja el fracaso de nuestra sociedad, y no sólo en lo educativo.

 

Una suposición válida es que en la escuela se enseña y aprende a ser un ciudadano amante de la paz, tolerante de las diferencias y respetuoso de los derechos de todas las personas. El hecho de que un estudiante esconda, muestre o, en el peor de los casos, use un arma es una clarísima señal de que la educación no está logrando sus objetivos más elementales: los de promoción de la seguridad y la confianza. Y si la escuela no está logrando sus objetivos… la sociedad menos.

 

La escuela es una metáfora de lo que ocurre en la sociedad. Es un modelo en miniatura de nuestra comunidad, de quiénes somos, qué hacemos y cuáles son nuestros valores. Hace años las instituciones educativas eran sitios abiertos, tranquilos y seguros; siempre habían sido santuarios, lugares de refugio. Como seguramente lo eran las comunidades que les daban vida. Quizá ya no lo son, ni la escuela ni la comunidad, con todo lo que esta pérdida implica. Ahora las instituciones educativas, en lugar de ofrecerla, reclaman seguridad para poder realizar su cometido más elemental: tener clases.

 

No es necesario decir que siempre ha habido problemas con la agresión injustificada. Sin embargo, lo que vivimos ahora es cuantitativamente diferente, a tal grado que podemos afirmar que la violencia que sufrimos cotidianamente es un fenómeno nuevo. Hemos dado un salto cualitativo, a otra dimensión, una muy empobrecida.

 

La escuela no es lo que fue y debemos detener la disrupción que la violencia está haciendo en la vida de la niñez y la juventud. La opción, si no lo hacemos, es que las instituciones educativas modelen la agresividad desmedida e injustificada como instrucción invisible, una que no está incluida en su plan de estudios pero que dominará los aprendizajes, como ocurre en las cárceles, que lejos de reinsertar y reeducar, preparan para el crimen.

 

En los EU el problema es gigantesco. En promedio, ha habido un tiroteo escolar por semana en lo que va del año en nuestro vecino del norte. ¡Uno por semana! En México hemos perdido ya la inocencia con los eventos del Colegio Americano del Noreste, en Monterrey, en los que un estudiante disparó contra su profesora y sus compañeros. ¿Qué necesitamos para aprender en cabeza ajena? ¿Por qué no utilizamos esta violenta disrupción en nuestra educación para innovar, con programas educativos centrados en la paz y la convivencia armónica? ¿Qué estamos esperando? ¿Balazos en nuestras aulas?

 

*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe
(https://pupitresletrasycerebros.blogspot.com/)

 

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