La juventud vs la experiencia en la política

No existe verdadera madurez sin experiencias personales, el paso del tiempo y los golpes de la vida...

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No existe verdadera madurez sin experiencias personales, el paso del tiempo y los golpes de la vida o el azar van moldeando el carácter y convierte a los niños en adultos. La impulsividad de la adolescencia va dejando espacio a la paz y la mesura de la adultez luego de varios atardeceres.

En el caso de los políticos en posiciones de liderazgo es imperativo contar con aplomo y cero impulsividades. No implica dejar fuera a los jóvenes de la escena de mando, sus aportaciones y la frescura de sus ideas son el ingrediente esencial del desarrollo; una sociedad envejecida y anquilosada está destinada al fracaso.

Por otro lado, el liderazgo de alto nivel no se reduce a emitir órdenes bienintencionadas o efectivas sino también a un trabajo constante de conciliación y prestar atención e incluso servicio a intereses o tendencias que estén en completa contradicción a los valores y principios mismos del líder y ese callo sólo lo dan los años de vida. No hay educación, por más perfecta que sea que sustituya la experiencia de vida y no hay experiencia de vida completa sin sufrimientos.

En los tiempos de antaño y de no tan antaño tenemos el ejemplo de líderes de altura que nos dejaron un legado de acuerdos y de conciliación sin parangón.

Eso obviamente les obligó a sentarse en infinidad de mesas y compartir reuniones con infinidad de personas que no pensaban como ellos y entre todos llegar a un punto donde pudieran converger todos los intereses. La mayoría de esos grandes hombres y mujeres fueron marcados por historias personales, muchas de ellas muy traumáticas, que les dejaron el carácter moldeado para estar listos en los principales retos del liderazgo que son la negociación pacífica pero firme y el establecimiento de prioridades, no solo de acciones a tomar, sino de poner en su sitio los estímulos externos y no ahogarse en problemas por causas emocionales o de ideas.

En el caso de los líderes de la escena mundial tenemos a Kennedy, que sufrió en carne propia el horror de la II Guerra Mundial cuando su lancha fue hundida por los japoneses y se dio a la tarea de salvar a su tripulación en un acto que le costó dolores e invalidez intermitente por el resto de su vida. Franklin Delano Roosevelt padeció la poliomelitis y el sufrimiento de la enfermedad le otorgó una gran empatía con el dolor ajeno y una gran humanidad ante la pobreza y la desesperanza; su aportación como el creador del primer sistema estatal a gran escala para la asistencia social solo pudo ser el resultado de un carácter moldeado por años de experiencia y por verse a sí mismo desvalido ante lo inevitable. La visión de una Europa destruida en 1945 fue lo que dio a los políticos de la época, salidos del campo de batalla, como Dwight Eisenhower y Douglas McArthur el empuje para comprender que el siguiente paso no era la venganza sino la mano amigo para reconstruir y que la mejor manera de evitar la guerra era crear alianzas, no aplastar. Acaba de fallecer John McCain, político de carrera y un monolito de entereza y valores, sufrió prisión y torturas a manos de los vietnamitas. Su aplomo y bondad lo convirtieron precisamente en el arquitecto de la reconciliación entre Vietnam y Estados Unidos. Lo más normal es que un hombre tan lleno de perdón y amor pidiera expresamente que Trump no se fuera a parar en su funeral. El mundo sin jóvenes no tiene piernas y sin viejos no tiene ojos.

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