Una calavera infiltrada (1)

Considero importante que se diga, se repita y cada año se insista en ello: los carnavales de las almas no tienen nada que ver con tradiciones prehispánicas.

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No es por aguarle la fiesta a nadie, pero considero importante que se diga, se repita y cada año se insista en ello: los carnavales de las almas (que es lo que son esos desfiles de mestizas y mestizos con la cara pintada) no tienen nada que ver con tradiciones prehispánicas y menos con el verdadero sentido de la muerte entre los mexicanos de ayer. Lo más antiguo a lo que llegaría el asunto de las calaveras sería finales del siglo XIX.

En efecto, todo lo que hoy ocurre con esas tergiversaciones en buena medida se lo debemos a José Guadalupe Posada (1852-1913), el inmenso grabador cuyo objetivo, al crear a la “Calavera Garbancera” –que dejó de vender maíz para vender garbanzo y así “parecer europea”-, era criticar la actitud de los mexicanos pobres y explotados que renegaban de su clase y querían asimilarse a sus explotadores blancos.

Posada fue un intérprete de los reclamos sociales de su tiempo, no pretendía otra cosa más que hacer oír por los poderosos a quienes aquéllos usaban como medios de producción. Las “tiendas de enganche” son una manifestación trágica de esta explotación inicua. Posada, acogido a lo que Pablo González Casanova califica como “mímesis y tolerancia” de los poderosos (“hacerse a los tontos” en un sistema político que aún hoy pervive), censuraba mediante sus calaveras, por un lado, la indolencia de los oprimidos y, por otro, la violencia de los opresores. Su “Calavera Catrina” es expresión acabada de ello: una cara huesuda, pero adornada con sombrero de plumas: muerta de hambre, pero bien vestida.

Esa calavera, que no tenía cuerpo, la toma Diego Rivera que en 1947 pinta su famoso mural “Sueño de una tarde de verano en la Alameda Central”, donde ya aparece de cuerpo entero y engalanada con un vestido del estilo de los que usaban las “estiradas”, junto a Posada (a su derecha), un Diego jovencito y Frida Kahlo. Y es aquí donde empieza el relajo.

En Yucatán, un sujeto que se hace llamar “maestro” y que le sigue causando daño a la cultura, comenzó a realizar multitudinarias “muestras de altares” para consumo turístico en calles del Centro Histórico de Mérida, donde poco a poco se infiltraron hombres y mujeres disfrazados (“osos panda” les llama el maestro Ermilo López Balam), costumbre que se ha generalizado en las celebraciones oficiales (“Paseos de las ánimas”) y en escuelas y centros sociales.

Creo que desde los ámbitos oficiales dedicados a la cultura deberían regresar a las raíces de la celebración. Hay mucho de dónde tomar sin necesidad de caer en absurdos. En próximo artículo nos ocuparemos de la muerte entre los habitantes del México prehispánico.

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