Pensamiento crítico y derechos humanos

No es poco común que pensemos en qué contenidos escolares deben impartirse a nuestros hijos.

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No es poco común que pensemos en qué contenidos escolares deben impartirse a nuestros hijos. Niveles, profundidad y prioridad. No siempre hay mucha claridad, existen polémicas, y hay argumentos interesantes de todas las partes. No se puede prejuzgar el tema y ninguna disciplina está libre de cuestionamiento.

 

Bien, este mismo cuestionamiento se ha hecho a la enseñanza a las habilidades del razonamiento. Típicamente esas habilidades se estudian en una rama del quehacer académico que es compleja. Es importante conocer la ciencia del cerebro y la mente, pero también es importante ser capaz de hacer valoraciones—tan objetivas o justas como sea posible – al respecto de qué formas de razonar son mejores y por qué. Así, no hay una sola ciencia, ni una autoridad académica o social que decrete qué es un buen razonamiento. Esta rama es una rama de estudio transdisciplinaria. Toma en cuenta todos los aspectos posibles de un fenómeno sin que haya prejuicio o acuerdo de cuál de las disciplinas tiene la voz cantante en cada asunto. Hay discusión viva, un caos que se tolera por el bien del producto: el buen razonamiento sistemático.

 

Esta complejidad temática hace que tengamos una disciplina que podemos llamar escolarmente sin mucha polémica “pensamiento crítico”, y que sus mejores frutos pedagógicos, aquellos que merecen ‘diez’ o ‘excelente’ parezcan y a veces sean moralmente neutrales. Sirve razonar bien tanto al santo como al criminal, sirve al diabólico aunque, para decirlo de algún modo, sirve especialmente al divino (Invito al lector hacer la prueba de este dicho, pero suponiendo hay más errores que aciertos, que los valores, mientras más importantes son más escasos que los anti-valores o las cosas neutrales). ¿Entonces qué hacemos los profesores que enseñamos estos contenidos para fomentar una buena ciudadanía?

 

La pregunta es compleja y su respuesta no puede esperar serlo menos. Aventuraré una hipótesis triple más o menos basada en mi experiencia. Primero, la práctica docente en sí misma está imbuida de valores morales que, al ser ejemplar, impactan sin duda en la formación moral de nuestros estudiantes. Rendimos un claro honor a valores como la precisión, la verdad, la escucha de las diferentes partes en un posicionamiento, además de la puntualidad, la claridad, humildad intelectual y otros. Segundo, los contenidos de estas materias están imbuidos de valores importantes para formar moralmente a estudiantes como son: escuchar al otro, evitar discriminación intelectual, privilegiar la verdad, por sobre la formalidad, aunque usamos la formalidad cuando ella es útil para ese efecto, y más. Y finalmente, tercero: las herramientas de análisis formal y semi-formal son compatibles con la libertad de pensamiento de modo que ellas no prejuzgan quién tiene la razón en todo conflicto posible, sino que ordenan la forma en la que investigamos a quién le asiste la razón dejando a la evidencia hablar más alto que los actores involucrados. Esta es la cultura del pensamiento crítico, y es la esencia de la democracia deliberativa.

 

No podemos garantizar, por ejemplo, que los votantes no pongan en puestos de poder a gente que sean probables delincuentes. Pero las formas democráticas conjuran muchos otros males, frecuentemente peores o iguales pero más intensos que el caudillismo. Lo mismo pasa con las matemáticas, el pensamiento crítico y cualquier otra ciencia que enseña conceptos generales para revisar creencias dilectas.

 

*PTC Desarrollo Humano, Universidad del Caribe.

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