Regina y las posadas

“¿Cómo van las posadas, Regina?”. “Bien Don, aunque casi cachan a la comadre, que ya ve que es muy querendona”...

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Penúltimo viernes del año y llega la estupenda Regina para ayudar a limpiar. El invierno sigue sin parecerlo, así que ella viene como suele, con la breve ropa que trae encima, tan ajustada, que parece que no está vestida, sino pintada. Sólo de verla, muchos recuerdan con alegría que el sexo y el golf son las únicas dos actividades que siempre se disfrutan, aunque se sea altamente incompetente en ambas. 

“¿Cómo van las posadas, Regina?”. “Bien Don, aunque casi cachan a la comadre, que ya ve que es muy querendona”. “De moral escurridiza, diría mi abuela. Pobre del compadre, de verdad. Siempre es lo mismo. ¿Qué pasó?”. “Estaba con Tomás, uno de los novios, en la hamaca y en eso escuchan que llega el compadre. Tomás pegó un brinco, pero ella lo detuvo y le dijo: ‘Acuéstate, seguramente viene borracho de la posada, no se va a dar cuenta’ y lo tapó. Llegó el compadre como pudo a la hamaca, se acostó y como a los 30 segundos dice: ‘¡Vieeejaaaa! Pus… ¡veo seis pies al final de la hamaca! ¿Qué está pasando aquí?’. Y la comadre le dijo: ‘Cálmate, amor. Debe ser el alcohol que te distorsiona la vista. Mira, párate allá y cuéntalos’. Se paró el compadre como pudo y balanceándose apuntando con el dedo, empezó a contar ‘A ver… un… dosss… dress… y uatro… tines razón… vieja… ¡perdóname…! Cómo pude desconfiar de ti…’ y se puso a llorar, se sentó en la sala y se quedó dormido”. “No te creo, Regina”. “De verdad, Don. Es bien borracho. Dice que si los Alcohólicos Anónimos fueran anónimos, iría”. “Pero lo son, ¿no?”. “Claro que no, Don. Si la sesión empieza con el ‘Me llamo Eulalio, y soy alcohólico’, usted me dirá”. 

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