Varios somos parte de una generación que vivió su niñez, adolescencia, juventud y parte de su adultez bajo la carga de devaluaciones de nuestra moneda, inflación galopante, deuda externa exorbitante, gasto público insultante, etc.

Muchos vimos perder a nuestros padres y abuelos empleo y patrimonio. Una clase media pauperizada y varias empresas familiares en la quiebra. Todos los males económicos desatados por un gobierno corrupto e ineficiente.

Esto aconteció no hace muchos ayeres; de la década de los 70s a finales de los 90s fue lo común. Diciembre vivido con la alegría natural de los mexicanos esperando el “trancazo” económico de enero.

Se podría decir que las festividades decembrinas iban acompañadas del ruego a la Guadalupana y al Niño Dios no para que no hubiera crisis –era lo normal–, sino para que ésta fuera menos dura. La esperanza de muchas familias no era que mejorara la actuación del gobierno sino la divinidad: “Dios aprieta pero no ahorca”.

Todo ello empezó a disiparse cuando entendimos que el mal gobierno no era cosa del destino. Que podíamos cambiarlo. Así lo hicimos con participación ciudadana y la situación empezó a mejorar.

Vivimos en el pasado reciente casi 15 años de una estabilidad económica que a finales del 2012 nos arrojaba moneda estable, mínima inflación, equilibrio presupuestal, grandes reservas monetarias, finanzas saludables, cómoda deuda y un crecimiento económico mayor del 4%. Rezagos importantes pero en mejor posición para enfrentarlos. Seguimos gozando diciembre sin el gran sobresalto de los eneros.

Hoy con un gobierno emanado del PRI envuelto en escándalos de corrupción y de ineficiencia regresa el pasado de graves signos de crisis económica e inseguridad creciente y con la preocupación de lo que nos depara el año nuevo. Bueno acordarnos que podemos cambiarlo o ponerlo en su lugar sin violencia y con nuestro próximo voto.