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Qué brutalmente literal la imagen de los diputados filmando el desgarrador, horrible, insoportable dolor de una madre que acaba de enterarse de que asesinaron a su hija, qué preocupante, qué inaceptable.

Pero me parece un espejo, despiadado, claro y fiel de aquello en lo que nos hemos convertido ante la violencia en que vivimos, ante todas esas pequeñas muestras cotidianas de violencia de género de las que se nos acusa de exagerados a quienes las condenamos.

Se estremecieron las redes sociales, nos estremecimos todos, lo compartimos. ¿Y después, qué?
Hace apenas unos días en nuestra ciudad de Mérida casi matan a golpes a una mujer de 20 años; ¿ el agresor?, su pareja, quien se supone que la ama, y antes de ella, ¿cuántas más que no corrieron con la suerte de contarlo?

¡Qué responsabilidad la nuestra! ¡Qué apremiante condenar sin excepción cada acto de tolerancia a la violencia en todas sus formas! Todos esos discursos arcaicos a nuestras hijas sobre la manera en que una buena mujer tiene que comportarse, en la retrógrada idea aún compartida de todo lo que hay que aguantar para conservar una pareja o un matrimonio, la forma en que programamos a nuestros hijos varones para ser unas máquinas insensibles y brutas, permitiéndoles sentirse superiores, el vocabulario en las pláticas familiares y entre amigos, los chistes machistas de sobremesa, los memes, las caricaturas, las canciones que escuchamos por todas partes con letras estúpidas y mezquinas, la burla a la lucha de quienes no se quedan filmando la tragedia sino que se levantan a pedir a gritos respeto, justicia y una nueva forma de educarnos en pro de una sociedad mínimamente humana y sensible a la barbarie que estamos viviendo todos los días en nuestro país, en nuestra ciudad y en nuestros propios hogares.

No lo aceptamos, no nos conformamos, nos indignamos y exigimos cero tolerancia a la violencia desde su mínima expresión; merecemos libertad, seguridad y respeto.

Que nadie apague nuestro fuego de libertad. ¡Que nadie nos haga callar!

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