Hoy es el día del niño, una festividad que disfruto aún a mi edad (ya saben cuántos), porque tengo alrededor sobrinos consanguíneos y amorosos que evolucionan –eso espero- conservando a ese menor de edad que casi todos llevamos dentro.

La semana pasada conversaba con uno de ellos, quien me arrastra al gimnasio -lo cual agradezco-, sobre esas paradojas que existen siempre en la vida. Antes yo te llevaba al parque a correr para que te relajaras, ahora tú me obligas a seguir tu ritmo de entrenamiento porque siempre es bueno ejercitarse.

Y eso me puso a pensar en otro tiempo cuando paseaba por el Centenario con algunos de los diez cada sábado y que ahora se ha cambiado por algunas fechas de cine, ya que tienen agendas complicadas. Sin embargo, me alegra decir que, aunque están en la universidad estudiando cosas extrañas, todavía disfrutan las caricaturas en compañía, les gusta hacer travesuras (se parecen a su abuela), esconderse por ahí, asustar a los otros, participar de juegos, romper piñata hasta cuando cumplen 28 años y otras cosas así.

No sé tú, pero conozco a muchos que cuando son chicos quieren tener 100 años y cuando tienen 40 quisieran ser Benjamin Button. ¿Cuál es el caso?

Prefiero pensar que tenemos una oportunidad de aportar en estos niños educación, que es nuestra responsabilidad mientras están creciendo, civismo que urge regrese a las escuelas y a sus vidas, valores que nunca sobran porque es importante conocer el bien y el mal, respeto porque es imposible convivir sin él, pero sobre todo recordemos que somos responsables de los menores de edad en esta nación llamada México para la que queremos funcionarios de calidad a quienes debemos entregar ciudadanos calificados de excelencia. Hay que cuidarlos para que se logre.

Yo mejor aprovecho que es lunes, que tengo muchos con quienes sonreír mientras festejamos el día. ¡Que sea feliz!