“Pantojita”, una sorbetería de tradición en Yucatán

De su padre y abuelo, el veterano sorbetero “Pantojita” aprendió inigualables recetas con frutas de la region: coco, mamey y hasta el “taúch”.

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Los sabores tradicionales de sus helados son de frutas de la península: coco, guanábana, mamey, elote y pitahaya, entre muchos otros. (Daniel Sandoval/Milenio Novedades)
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Mérida, Yuc.- Carlos Ricardo Pantoja Zumel venderá helados “hasta que Dios se lo permita” porque sabe que la vida está hecha de etapas, durante 40 años ha acreditado un negocio que los yucatecos reconocen, pero acepta que será decisión de sus hijos y nietos seguir o no la añeja tradición.

Nunca ha dejado el ambulantaje porque es su medio de vida, bajo el lema de “Tradición, Prestigio y Calidad”, por varias décadas ha recorrido con su carrito o a bordo de su motocicleta las calles de Mérida y Progreso, donde tiene muchos clientes que lo aprecian y disfrutan sus productos.

“Pantojita”, como es conocido, elabora el helado y lo distribuye a otros dos vendedores, pero continúa saliendo a ofrecerlo personalmente porque considera su trabajo una satisfacción muy grande que le ha permitido vivir feliz, hacerse de una casa en el puerto y dar carrera a sus tres hijos.

A los 68 años de edad disfruta de la vida porque es un deleite servirle a la gente frescura, dulzor y sabor. Nunca ha ejercido su actividad sólo por hacer dinero.

“Cuando dejo de vender dos o tres días me siento ansioso y ya quiero salir a trabajar”, expresó el sorbetero.

“No estudié porque no quise”

Pantoja Zumel nació en Mérida, como único varón de tres hijos, durante su infancia recorrió rutas con su padre –que también se dedicaba a preparar y vender helados- en un carrito de madera, actividad que su progenitor llevó a cabo durante 50 años y que a su vez aprendió de su abuelo. “No estudié porque no quise”, comentó.

Durante su adolescencia decidió hacer su vida y emprendió su propio camino, así que se casó y se mudó a la Ciudad de México donde por algunos años se dedicó a la venta de medicinas en una farmacia que instaló.

El negocio marchaba bien, pero tras la noticia del fallecimiento de su padre, el 15 de mayo de 1978 dejó todo y regresó a su ciudad natal.

No pasaría ni un mes del deceso de su papá, cuando decidió seguir la tradición de una actividad que conocía perfectamente y que siempre le pareció entrañable.

Así que fabricó el producto tal y como lo hacía su padre, tomó su viejo carrito y emprendió el camino por las rutas y en los calendarios que conocía de memoria, de toda la vida.

Sabor a tradición

“Cuando no me ven, muchas personas llaman a la casa para preguntar qué pasa con los helados”, expresó.

Siguiendo recetas y procedimientos familiares, durante casi cuatro décadas “Pantojita” ha honrado la rutina de elaborar sorbetes y barquillos, de once de la noche a cuatro de la madrugada, para comenzar a partir de las diez de la mañana los recorridos que finalizan muchas veces pasadas las ocho de la noche.

Durante la semana, tal y como lo hacía su padre, por lapsos se instala en las inmediaciones de dos escuelas en las colonias Santa Petronila y García Ginerés para esperar la acalorada salida de los alumnos. También “peina” las calles de esa zona.
En las épocas de Semana Santa y las vacaciones de julio y agosto, acude a vender a Progreso, donde sus fieles clientes lo esperan durante todo el año.

Los obstáculos

“Hay días malos pero el helado es tan noble que se vende todo el año”, manifestó.

Al frente del negocio ha renovado las máquinas de elaboración, los trasportes para la distribución, a excepción de su motocicleta, la cual conserva durante más de 35 años y que la considera como parte suya.

Los vendedores chiapanecos nunca han sido competencia porque “Pantojita” conserva el sabor más tradicional teniendo como “el rey” al de coco, que es el más costoso de producir; para mantener su esencia tiene que comprar frutos de “carne gruesa” que sólo expenden distribuidores de Tabasco y Chiapas.

Cuenta con una amplia cartera de rentadoras de fiestas que lo solicitan, así como múltiples eventos sociales infantiles que demandan su servicio.

El futuro incierto

“Mi mejor propaganda es el propio cliente”, comentó.

Luego de ejercer su oficio de manera constante, de ser reconocido en el medio y que la comunidad le demuestre cariño, el futuro de los helados es incierto ya que su único hijo varón, a pesar de que lo apoya cuando lo requiere, vive de su profesión.
Sin embargo el deleite con el que premia su dulce oficio, ha encontrado eco en sus nietos en quienes deposita la esperanza de que lo continúen, pero es honesto consigo mismo y sabe que todo dependerá de sus descendientes. 

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