Preparemos nuestros corazones para la conversión: Arzobispo

Monseñor Berlie Belaunzarán invita a iniciar el camino cuaresmal.

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El rito de la imposición de la ceniza invita a creer en el Evangelio. (SIPSE)
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Milenio Novedades
MÉRIDA, Yuc.- En ocasión de la celebración del Miércoles de Ceniza, que marca el inicio de la Cuaresma, el Arzobispo de Yucatán, Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, dirigió el siguiente mensaje a los fieles de la Arquidiócesis:

Con el rito penitencial de la imposición de la ceniza iniciaremos el próximo miércoles el camino cuaresmal del año 2013, que tiene como finalidad preparar nuestros corazones para que, llegada la celebración de la Pascua, participemos de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, muriendo al pecado para resucitar a una vida nueva con él.

La Cuaresma del presente año, en el marco del Año de la Fe y en el inicio de la etapa de la Conversión de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en la llamada a la conversión  y en la relación entre las virtudes teologales de la fe y el amor, tal como nos lo propone el Papa Benedicto XVI en su mensaje cuaresmal. Consideremos estos dos temas en nuestra reflexión.

Conviértete y cree en el Evangelio (Mc 1, 15)

El rito de imposición de la ceniza va acompañado de la invitación a convertirse y creer en el Evangelio. Todos sabemos que la conversión, en sentido general, es un cambio de vida; es dejar el comportamiento habitual de antes para emprender otro nuevo. Su misma etimología, conversio, nos indica el paso de un lugar a otro, volverse a algo o a alguien. Se trata de un acontecimiento a través del cual el hombre, apartado de Dios, renuncia a sí mismo y a su propia orientación en el mundo y se sitúa bajo la dirección de la providencia divina.

No es, pues, una cuestión que pueda considerarse como algo absoluto, sino que su importancia está en relación con ese alguien hacia quien se orienta la vida del convertido. La meta última de la conversión  es la vida en Cristo.

El Antiguo Testamento utilizó  frecuentemente la palabra shub (“volver”) para referirse  al retorno a Dios (Cf Dt 30,2). El objetivo de esta conversión, según los profetas, era el restablecimiento de un estado original, en sentido de retorno a la relación original con Yahvé. Esto, sin embargo, no suponía que todo lo antiguo era mejor; el retorno era considerado como el punto de partida para un comienzo completamente nuevo.

Una característica de esta “vuelta” al Señor es la dimensión comunitaria que será subrayada por algunos profetas como Amós, que insiste constantemente en la conversión de todo el pueblo (Am 4, 6-11). El llamamiento de los profetas a la conversión presupone que la relación del pueblo y del individuo con Dios es una relación personal.

En el Nuevo Testamento, aunque se utiliza la palabra metánoia  (“cambio de mentalidad”) para traducir la idea expresada por los profetas con el término shub, no se trata de una cuestión meramente intelectual, sino de una conversión decidida por el hombre en su totalidad: un cambio total del propio modo de pensar y de obrar, una renovación integral del yo.

En el hombre no se puede hablar de conversión a Dios si antes no ha sido rescatado del pecado

Si la conversión en el Antiguo Testamento se exigía para enderezar una conducta incorrecta, en el Evangelio se pide para adaptarnos a una alianza con Dios escrita en el corazón. Si para Juan el Bautista había que convertirse mediante el bautismo de penitencia, con el fin de evitar la ira de Dios ( Mc 1,4), para Jesús es necesario convertirse a fin de entrar en el nuevo Reino: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1, 15).

El Evangelio parte de la perspectiva realista de que en el hombre no se puede hablar de conversión a Dios si antes no ha sido rescatado del pecado en que yace (Lc 24, 47; He 3, 19). Pero la conversión evangélica no se reduce a una superación del estado pecaminoso: es pasar del pecado a una vida totalmente nueva. Esta nueva existencia se caracteriza como un “ser en Cristo”, un “morir y resucitar del hombre con Cristo”, un “ser una nueva criatura”.

La conversión, vista como una vida nueva en Cristo, no puede ser entonces producto de la sola voluntad humana; es obra de Dios y fruto del Espíritu.

La fe (creer en el Evangelio) es respuesta al amor de Dios

En su mensaje cuaresmal de 2013, el Papa Benedicto XVI nos invita a meditar, en el marco del Año de la Fe, sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

En primer lugar, el Papa dice que la fe es respuesta al amor de Dios y cita un bello párrafo de su primera

Encíclica, en la que recordaba que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.

Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un ´mandamiento´, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1).

La fe constituye la adhesión personal, que incluye todas nuestras facultades, a la revelación del amor gratuito y “apasionado” que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Esta fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor.

En definitiva, dice el Papa, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto con lo divino, capaz de hacernos “enamorar del Amor”, para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

Conclusión

Queridos hermanos y hermanas, que el itinerario de fe que vamos a iniciar esta cuaresma oriente nuestro corazón hacia el de Cristo para que así, iluminados con el resplandor de su cruz y su resurrección, podamos crecer en el amor que lleva a dar la vida por los demás. Por eso elevo mi oración al Señor e invoco la bendición sobre todos.

Mérida, Yucatán, 8 de febrero de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán, Arzobispo de Yucatán

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