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“Es necesaria una buena lavada de cara a nuestro México, con permanente campaña de valores, toda vez que en tanto siga percibiéndose como corrupto, ante sus moradores y allende fronteras, el compromiso colectivo de alcanzar la estabilidad integral no podrá ser alcanzado”, así se expresaba Margarita, joven universitaria de 21 años, al preguntarle cómo veía a su generación y el devenir social, económico y político del Estado y el país.

La época actual tiene matices oscuros que se pronuncian cotidianamente gracias a los antivalores. Adicciones, libertinaje, desamor, divorcios y corrupción son sólo algunos. Falta de comunicación, vida rápida y reconformación de la familia nuclear han sido explicaciones que intentan justificar los problemas.

Viéndolo de manera visceral, tal parece que transitamos entre la moderna Torre de Babel y la antesala del Apocalipsis. Pero, en realidad, el mundo contemporáneo y moderno ha tenido sus períodos cíclicos, que finalmente han reconfigurando y construido progresos. Baste recordar los excesos e injusticias del siglo XVIII que culminaron en la revolución industrial; o los cambios sociales del México revolucionario y la tan sonada crisis de orden moral, si de los hippies y marihuana hablamos.

Estos períodos de convulsión han gestado ideologías que rigen aún el mundo occidental. Así tenemos la liberación femenina y la igualdad humana, entre muchos.

En la actualidad la rebeldía juvenil se atribuye a la transculturación y a los medios de comunicación –que sin duda tienen algo de participación-, pero, socialmente hablando, es parte del espíritu natural del joven ir contra lo establecido; amén de su constante inquietud por crear espacios de identidad, con símbolos propios (ropa, lenguaje, centros de reunión, cultura, etc.). La tierra fértil para ello son el desamor, vida rápida, ausencia de liderazgos y padres poco comprometidos.

Los valores que podrían encarnar al arquetipo yucateco, como madurez, decencia, seriedad, sensibilidad a la religión y justicia, los podríamos encontrar en el ciudadano que no explota a sus empleados, no se corrompe, es responsable y digno: ¡garbanzo de a libra!

Habrá que abrogar lo corrupto, explotado, manipulado, vendido, rastrero o falso, para poder predicar con el ejemplo a nuestros jóvenes.

¿Pero de qué manera ese conjunto de cualidades puede inyectarse al niño? Sin duda, esta juventud con actitud constructiva, articulada con la experiencia de los adultos, depurada de los antivalores, es la mejor amalgama para recuperar ese Yucatán de ancestral nostalgia.

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