Nos encontramos a flote, todos en el mismo barco. Vamos a la deriva y nos estamos hundiendo, no hemos chocado contra un iceberg ni con una roca, nos hemos estampado contra nosotros mismos en una guerra absurda por demostrar quién es mejor. El barco se hunde y, en lugar de sacar el agua, con torpeza le agregamos más, hasta que nos llega al cuello.

Este barco se llama México y si bien es ahora el momento en que se está hundiendo, es también el instante donde podemos salvarlo. Los mexicanos nos ahogamos los unos a los otros en el intento de demostrar quién es mejor, olvidamos lo mágico que es trabajar en equipo, quizá porque hace tiempo ya no lo hacemos. Cuando vemos que uno se levanta, que triunfa y toca tierra, enseguida vamos por él a bajarle los calzoncillos y tirarlo al agua. Todo esto en vez de aplaudirle porque en México parece que nadie puede ser mejor que otro, el éxito se ve lejano por las trabas que otros te ponen y cuando le aplaudimos a quien lo logra, es para después extenderle la mano esperando que él nos ayude a subir, luego nos colgamos de su brazo para seguidamente tratar de tirarlo. Así es el mexicano, desconoce que juntos somos más fuertes, que juntos llegaremos lejos, que como equipo salimos adelante y que solos no somos nada.

Necesitamos mexicanos con magia en el corazón para trabajar en equipo como una gran tripulación, que con lealtad luchen por la paz y con liderazgo y justicia se organicen, pero, en especial, requerimos de personas que envíen sonrisas cuando el otro esté en la cima, porque sólo así lograremos un México que jamás se hunda.