Si no respetas a un cenote, puede acabar con tu vida

Inmensos remolinos se forman al interior de los cenotes para castigar a quienes los ofenden, cuentan antiguos pobladores de Yucatán.

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En varios municipios se cuentan historias sobre cenotes que “cobran vida” y los turistas no saben lo peligroso que pueden llegar a ser. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Los antiguos mayas decían que nunca se debe arrojar una piedra a un cenote, ya que son sagrados y es como ofenderlo o faltarle el respeto, lo que puede propiciar incluso una venganza por parte del mismo, ya que se han registrado casos en que “de la nada” sus aguas se tornan violentas y con sus remolinos pueden ahogar al más vivo de los nadadores.

Cuentan que en un cenote de Yaxcabá murió trágicamente un señor que cuando se emborrachaba iba a este lugar y se ponía a insultar o arrojar piedras, pero aunque los escépticos podrían estar pensando que falleció de una congestión alcohólica por meterse a nadar en estado de ebriedad, la realidad es que (dicen más de cinco testigos presenciales) un remolino salió del agua, tomó forma de serpiente y empujó al pobre hombre, que se encontraba a más de 10 metros de la orilla, hacia las profundidades. 

De esto hay antecedentes por escrito en esa localidad. 

Otro caso muy conocido ocurrió en la comisaría tixkokobense de Ekmul, el cual, incluso se dio a conocer en un programa de televisión y en un libro.

En carne propia

El caso fue una vivencia que tuvo el profesor Marcelino Uicab Uicab, quien vive en ese poblado, y le ocurrió en el cenote San Fernando:

“Era yo un muchacho de 15 años de edad y entraba mucho a ese cenote para sacar agua. Trabajaba cortando pencas y mis compañeros me mandaban por el líquido para mitigar la sed”.

“Yo entraba, había dos rieles amarrados para llegar a la piedra. Se ve muy cerquita, pero luego de bajar cinco metros a la base de la tierra, el agua tiene 42 metros de profundidad y hay una gruta que atraviesa la carretera por abajo y sólo ha sido explorada 60 metros.

"Recuerdo que a veces a la una del día me acostaba un rato a dormir allá abajo, y luego a las tres de la tarde, cuando me despertaban las golondrinas y los murciélagos, salía otra vez a seguir cortando henequén.

“Entonces, un día que traía mi resortera, me acerqué aquí a la entrada y me puse un espejo en la gorra de manera que el sol se reflejara hacia abajo. Apoyado en esta mata de roble, que entonces estaba más chica, empecé a tirarle a "los nubes", los pescados que viven allá.

"Lo hice nomás de loco, de puntada de muchacho. Entonces oí un ruido, como un remolino que silbaba, pero yo no le tomé importancia. Estoy pegado a la mata de roble y sigo tirando. En eso sale el agua y se me va encima una ola tremenda, como queriendo jalarme.

“Sí que me sorprendí, pero ni tiempo tuve para espantarme, porque lo que pensaba en ese momento era ponerme a salvo, que no me llevara. Entonces lo que hice fue agarrarme a un tronco. Tras bañarme esa enorme ola, toda el agua regresó por donde vino.

“Tuve tanto miedo que en 40 años jamás regresé aquí, hasta ahora en que se los estoy contando. Por eso yo se lo que les digo: este cenote es muy bravo, yo lo viví”.

Por insultar en el cenote

“En el cenote de la Hacienda San Juan, por Muxupip, pasó también un caso así -prosigue don Marcelino. Habían tumbado y quemado el plantío de henequén. Entonces hay que apagarlo pronto por los troncos que siguen ardiendo mucho tiempo y pueden iniciar un fuego donde no se quiere. Se improvisó una escalera amarrada con soga y entraron a buscar el agua varios muchachos. 

"Mientras unos llenaban los tambores y cubetas, otros las sacaban del cenote, pero mientras estaban vacilando empezaron a insultarse allá adentro, porque unos se estaban atrasando y los otros les reclamaron. Allá abajo hay una imagen de la Virgen de Guadalupe muy fina, que está sobre una tela de lona. Entonces estaban sacando el agua y estaban insultando los muchachos.

“Un señor ya grande que estaba afuera viendo todo, les dijo que respetaran el sitio y no insultaran pero no le hicieron caso.

“De pronto empezó a agitarse el agua y todos se quedaron mudos de miedo. Tiraron las cubetas y corrieron a la escalera para escapar. El último que se tiró a salir por poco se muere, porque cuando llegó arriba, el agua ya iba junto con él y le había llegado hasta la boca. Cuando sus compañeros lo agarraron de la mano para jalarlo, el agua ya le había llegado hasta la cintura, un poco más y no lo cuenta”.

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