"Testigos del Resucitado"

Ayudar a los pobres y marginados para que puedan apreciar la misericordia y el amor de Dios a través de nuestro servicio.

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Cristo lleva su presencia resucitada a los suyos para cumplir el mandato misionero que les encomienda. (SIPSE)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- II Domingo de Pascua

Hech. 5,12-16; Sal. 117; Apoc. 1,9-11. 12-13, 17-19; S. Jn. 20, 19-31

Introducción

Cristo Resucitado es el centro de la comunidad que lo busca y revela a las personas el modelo y las exigencias de una vida cristiana, que debe vivirse como ejemplo y estímulo de la propia comunidad. El trozo del Apocalipsis nos propone a Cristo como El Viviente, centro de la historia y aquel que tiene Señorío transcendiendo a la muerte.

Esta es la base fundante de la comunidad, que a sus miembros les da cohesión y valor, en contraste con la cobardía y temor, dolorosas actitudes  con las que vivieron la pasión.

Cristo lleva su presencia resucitada a los suyos para cumplir el mandato misionero que les encomienda.

Y en los Hechos vemos la comunidad de creyentes que hacen realidad la bienaventuranza que Cristo expresa a Santo Tomás: “¡Dichosos aquellos que creen sin haber visto!”. (S.Jn. 20,29)

I.- La experiencia del Resucitado

Al final del siglo primero, el Apocalipsis nos da testimonio de la clara percepción de la presencia de Cristo Resucitado en la comunidad de la Iglesia. Él es “El viviente”, que venció a la muerte, y que algún día vendrá de nuevo como “Señor de la historia”; y es quien guía los acontecimientos humanos, ya que Él es Alfa y Omega, Principio y Fin de todas las cosas, “El mismo ayer, hoy y siempre”. (Heb. 13,8).

La presentación apocalíptica es como la de un Rey, Sumo Sacerdote, Victorioso, celebrado por las siete Iglesias que proclaman su mensaje de luz para todo el mundo; que hace referencia a Daniel (7,13) símbolo de la soberanía de Cristo sobre la historia.

Pero al mismo tiempo que la comunidad cree y medita en esta síntesis cristológica, experimenta la presencia constante del Señor en manera gradual y también pagando el precio de muchos sacrificios, contradicciones y persecuciones.

En el primer saludo de Cristo reconocen al Señor como El Viviente, que ha dejado atrás los signos de la muerte, para liberarlos del miedo y darles fuerza, ante la hostilidad de la cual es objeto todo sincero creyente; y que es el principio del gozo mesiánico.

En el segundo saludo, se subraya el sentido del envío misionero y que el gran Don del Espíritu, dispone y fortalece para llevarlo a cabo, conduciendo y fecundando la labor de ellos para que la Buena Nueva proclamada germine, crezca y florezca en el corazón de las personas de buena voluntad que acepten su mensaje.

Es curiosa la precisión de las dos apariciones en cuanto al tiempo: 

“El día después del sábado... ocho días después...”

Es el domingo, que es conmemoración permanente de la Resurrección que cambia la tradición judía de “el sábado”, y que conduce hacia ese octavo día, mesiánico y escatológico, de la paz y transformación definitiva de toda la creación.

II.- Santo Tomás

La maduración progresiva de la fe, se presenta de manera emblemática en la figura de Santo Tomás.

Representa a los creyentes de la primera comunidad y a los de todos los tiempos. “¡Hemos visto al Señor!”.

La comunidad es el lugar de la presencia del Señor, como un devenir que revela el camino de maduración y testimonio de la fe, en una dinámica siempre creciente, El Señor viene y vendrá en el marco del testimonio viviente de la comunidad.

La expresión de Jesús: “Trae acá tu mano y métela en mi costado”, alude tanto a la creación de la mujer del costado de Adán (Gn. 2,21) como al nacimiento de la Iglesia y de cada creyente del costado traspasado de Cristo en la Cruz. (LG. No. 3)

A Santo Tomás se le llama “Dídimo” que quiere decir “gemelo”, pero ¿gemelo de quién?, de Adán. Es la otra cara del discípulo que quiere ver al Señor más allá de la muerte, que quiere, que la fe sea algo experimentable. Pero la petición del apóstol Tomás debemos llevarla a cabo en el Cristo de hoy, debemos querer “¡tocar!” y ayudar a los que en nuestra comunidad sufren pobreza, marginación, tristeza y angustia; que ellos puedan apreciar la misericordia y el amor de Dios a través de nuestra solicitud, servicio y capacidad de ayudar a resolverle sus problemas.

Es el cuerpo desgarrado y sangrante del Cristo de hoy, con pensiones que no ajustan, con creciente desocupación, con corrupción, droga, asesinatos y algunas autoridades civiles coludidas con estos problemas.

Son las llagas del Cristo sufriente en el hombre de hoy; Jesús invita a cada uno de ellos a ser testigos de su resurrección, mensajeros de su buena nueva y apóstoles de su amor, buscando acompañar, estar cerca: “estoy contigo”, estoy a tu lado, de tal manera que la comunidad litúrgica dominical sea expresión de ese compromiso real, sacrificado y abnegado a favor del hermano.

El Evangelio de San Juan sólo conoce dos bienaventuranzas: 

1ª.- En torno al lavatorio de los pies Jesús les dice a sus apóstoles: “ustedes me llaman Maestro y Señor y tienen razón, porque lo soy... deben lavarse los pies los unos a los otros... lo mismo que yo lo he hecho... si entienden estas cosas y las ponen en práctica, serán dichosos”. (Jn. 13, 13-17).

 2ª.- Descubrir a Cristo en las llagas de la persona que sufre y en el servicio humilde al hermano, dando lo que soy, sé y tengo, dando la propia vida es la felicidad verdadera. Es el amor que sabe respetar, dar su lugar, acompañar, servir y compartir en ello está la verdadera felicidad.

Jesús estará siempre en las familias, comunidades, parroquias, diócesis, institutos, que celebren así el homenaje a la victoria de Cristo en su Resurrección. “¡Dichosos los que creen sin haberlo visto!” (Jn. 20, 29). ¡Esta bienaventuranza es para todos nosotros!.

III.- Eficacia del Testimonio

En los Hechos de los apóstoles se nos describe a una Comunidad primitiva en la plena vivencia y vitalidad de Cristo Resucitado, con un enorme dinamismo misionero, fruto del mandato de Cristo “Vayan por todo el mundo...”

Vivían además, una intensa vida litúrgica, que va tomando paulatinamente sus líneas cristianas fundamentalmente definidas. (Hech. 5,13)

Se realizaban prodigios y milagros de conversiones, sobretodo como signo de liberación de la persona de sus múltiples esclavitudes y dependencias.

Eso los hace crecer en número, por el testimonio eficaz de la comunidad y el crecimiento de respeto a la seriedad de la vida de los apóstoles, pues “gozaban de la simpatía de todo el pueblo”. (Hech. 2,47).

Si vivimos con Cristo Resucitado esa presencia viva y activa de Él, se reflejará en nuestra comunidad y se proyectará hacia la sociedad con un cristianismo alegre, comprometido, eficaz, que acompaña, sirve, vela y promueve a nuestros prójimos, sobre todo si son más necesitados, así en ellos tocamos con amor las llagas de Cristo Resucitado.

IV.- Conclusiones

La paz de la resurrección que Cristo nos trae deberá llevarnos a:

+ La contemplación del misterio del Señor, guiados por María para comprender el misterio de Cristo y profundizar el ser buenos católicos.

+ El discernimiento a la luz del Evangelio, para saber qué es lo bueno, lo oportuno, lo adecuado, lo conveniente, para cumplir en todo la voluntad de Dios nuestro Padre.

+ El compromiso, para tocar las llagas de Cristo en el servicio al hermano necesitado. En la Arquidiócesis de Yucatán tenemos –¡gracias a Dios!- 202 obras e instituciones sociales, hay muchas oportunidades para ayudar.

+ Al sacrificio, que toda vida humana comporta, en cualquier vocación que se desempeñe, realizado con alegría, generosidad y decisión; en el seguimiento de Cristo nuestro modelo.

+ A la serenidad, que excluye miedo, angustias y aprehensiones: “¡Yo estoy con ustedes!”. (Mt. 28,20)

+ Al optimismo, que basándose en la victoria de Cristo, comprende que Dios guía la historia humana y que “no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de vuestro Padre”. (Mt. 6,25s.)

+ A la adoración en la Eucaristía, presencia redentora y victoriosa de Cristo resucitado, en donde lo reconocemos realmente presente, como gracia del Espíritu Santo. (1Cor. 12.3) “¡Él es Él Señor!”. (Jn. 21,7). Ya tenemos en la Arquidiócesis 15 Capillas de Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento, ojalá que no pase nunca un día de nuestra vida, sin que tengamos un espacio de tiempo para Jesús en la Eucaristía.

Que quede en nuestros corazones la hermosa bienaventuranza:

“¡Dichosos los que creen sin haber visto!”. (Jn. 20,29).
 Amén.

Mérida, Yuc., a 7 de abril de 2013.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
  Arzobispo de Yucatán

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