Un tesoro espera dueño en Akil

La vida de Juan Andrés cambió al encontrar una vasija llena de oro, que escondió de sus familiares porque lo tildaron de loco.

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Cazadores y vecinos de Akil se han internado en el monte en busca del tesoro, sin éxito hasta el momento. (Jorge Moreno/SIPSE)
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Jorge Moreno/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Don Víctor Navarrete Muñoz, del municipio de Akil, nos mandó esta interesante leyenda que desea compartir con los lectores:

Juan Andrés era un anciano solitario que vivía en su milpa, ubicada en los cerros del pueblo de Akil, una vez al mes bajaba a la comunidad a visitar a su familia, pasaba tres días con ellos y nuevamente regresaba a su pequeña casa de madera y huano. 

Esta rutina la había repetido por casi 30 años sin interrupción alguna, en ocasiones su esposa se ofrecía a ir con él, pero el señor siempre se negó a recibir compañía. Era muy trabajador, iniciaba sus labores a las 5:00 de la mañana y las culminaba con la puesta del sol, sólo tomaba un pequeño receso después de su almuerzo.

Cierto día que se preparaba para tomar su baño, salió, cubeta en mano, en busca de agua hasta una sarteneja cercana, pero no la encontró debido que se había secado; entonces maldijo su mala suerte y se encaminó hacia otro depósito de agua, distante 300 metros de donde se encontraba.

Al llegar, se percató de un "iguano" de regular tamaño y color grisáceo que descansaba tranquilamente en una inmensa piedra rojiza en forma de círculo; al mirar fijamente aquel animalito se dio cuenta que éste hacía movimientos con la cabeza, de arriba hacia abajo, como dirigiéndose al viejo campesino, quien no le dio importancia y continuó su camino. 

Al día siguiente sucedió lo mismo, el "iguano" se encontraba en el mismo lugar haciendo los mismos movimientos, ante esto, Juan Andrés pensó: “Qué casualidad tan tremenda, parece que este 'iguano' se está burlando de esto que me pasa”. Al tercer día ocurrió lo mismo y Juan Andrés gritó: “malvado 'iguano, deja de burlarte de mí”.

Como si el reptil fuera el culpable de que tuviera que caminar una mayor distancia para abastecerse de agua, Juan Andrés decidió deshacerse de tan singular acompañante, por lo que se apoderó de un pedazo de leña vieja y se le acercó lo que más que pudo y cuando estuvo a corta distancia, intentó golpear a la criatura, pero ésta se refugió rápidamente en un agujero que había en la parte posterior de la roca.

Secreto al descubierto

Juan Andrés, convertido en un feroz cazador, introdujo la madera en la improvisada madriguera, sin resultado alguno, por lo que decidió palanquear con todas sus energías, logrando levantar la pesada lápida, retiró un poco de tierra y, misteriosamente, no encontró rastro alguno del "iguano".

Asustado por lo que estaba sucediendo y pensando que se trataba de un espíritu malo que intentaba acarrearle más mala suerte de la que ya tenía, retiró un poco más de tierra y grande fue su sorpresa cuando encontró una botijuela (cántaro de barro) con una tapa de madera que al parecer llevaba varios años de estar enterrada en ese lugar. 

El campesino no podía dar crédito a lo que estaba viendo, ya que al destaparlo se percató que estaba repleto de monedas antiguas de oro, "probablemente, es el tesoro escondido de algún rico hacendado que lo guardó en la época de la guerra de castas", pensó el anciano.

Entonces, Juan Andrés abrazó con fuerza el cántaro y como pudo corrió a toda velocidad hasta la seguridad de su casa y de su milpa. Una vez ahí se apresuró a contar las monedas, que en total fueron 79, exactamente la misma edad del campesino. Con una alegría que nunca había experimentado, dio gracias a los dioses del monte por la gracia concedida y dijo: “ahora que soy un hombre con suerte podré descansar”.

A la mañana siguiente, después de tomar cinco monedas, se ocupó en esconder su preciado tesoro, metió el oro en el cántaro, lo selló con la tapa de madera y lo enterró en medio de tres árboles de álamo, posteriormente, señaló el sitio exacto con una gran piedra similar a la que cubrió el tesoro en su lugar original.

Después bajó al pueblo a visitar a su familiares, quienes se sorprendieron mucho al verlo llegar. 

Juan Andrés les informó lo sucedido y les anunció que nunca volvería a trabajar, pero nadie le creyó y todos lo tildaron de viejo loco. 

Ante todo esto, el campesino se sintió más solitario de lo que era en su milpa, con los días se acostumbró a esta indiferencia y logro vivir feliz los últimos años de su existencia a lado de su familia cercana en la casa que tenía en la población gastando las únicas cinco monedas que conservó.

Por rencor a sus familiares que no le creyeron tan extraordinario suceso, nunca reveló a nadie el lugar donde escondió sus 74 monedas de oro puro, por lo que el tesoro espera a otro afortunado personaje para revelarle sus secretos. 

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