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Es notable la gran variedad de satisfactores tanto materiales como inmateriales que desde la revolución industrial han surgido e invadido nuestras sociedades; nunca en todos los siglos anteriores el ser humano se había enfrentado a tan grande diversidad de bienes que de alguna manera pretenden hacer más cómodas y agradables nuestras vidas. El siglo XX fue particularmente pródigo en la generación de nuevos productos y servicios que buscaban este fin. Las sociedades en las que habitamos tienen la razón de su funcionamiento en el consumo, pues para que nuestra sociedad se desarrolle cada día más nos vemos impulsados a consumir más de todo lo que se nos ofrezca.

A pesar de inducirnos de tan insistente manera al consumo, nadie ha podido agregar una sola necesidad a las que ya tenemos de nacimiento, ni el más grandioso mago de la mercadotecnia podrá crear una nueva necesidad para nosotros los seres humanos, simplemente porque cada uno nace ya con las necesidades propias de nuestra naturaleza: alimento, contacto con otros seres humanos, cariño y ser reconocidos.

Lo que sí pueden hacer es crear en nosotros una inagotable variedad de deseos para satisfacer: si necesitamos hidratarnos pueden muy bien despertar en nosotros el deseo de hacerlo con la última sensacional bebida diseñada para deportistas, en este sentido vaya que contribuyen a que multipliquemos nuestro consumo de manera exponencial; al ir complejizando cada vez más la forma en la que satisfacemos nuestras necesidades nos vamos alejando cada día de una vida sencilla y la tensión generada por lograr apropiarnos de cuanta cosa se nos ofrece como indispensable nos acaba robando la tranquilidad.

El escritor Charles Dudley señalaba que “la sencillez consiste en hacer el viaje por la vida solo con el equipaje necesario”, pero por lo que podemos ver en nuestras sociedades la sencillez como forma de vida es una especie en peligro de extinción, cada vez más a la paz generada por una vida sencilla se contraponen la ansiedad y desesperación producidas por nuestra angustiosa búsqueda de poseer todo aquello que el mundo se empeña en hacernos creer que es estrictamente necesario para estar bien y sentirnos más humanos.

Se atribuye a Erick Fromm haber dicho que “si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás”. Obviamente para él era muy claro que la felicidad es más una actitud y una decisión que la acumulación reiterada de satisfactores.

La sencillez no se reduce solo a las posesiones, sino que notablemente radica también en la actitud ante la capacidad intelectual, los conocimientos y la sabiduría; la grandeza del alma de un ser humano radica en buena parte en la sencillez y humildad. No se equivocaba León Tolstoi al asegurar que “no hay grandeza donde faltan la sencillez, la bondad y la verdad”.

Tristemente podemos encontrarnos con gran número de seres humanos para los que la pedantería pareciera ser una virtud: viven ensoberbecidos en el poder, su ubicación en la empresa o en la sociedad, su papel en la política, artes o ciencia y sienten tener el derecho y casi el deber de hacer patente a quienes les rodean que son muy poca cosa al compararse con ellos; presas de una escasa autoestima tienen que reafirmar su valor ante sus propios ojos siguiendo el camino de denigrar a los demás; inseguros de su propia valía recurren a desvalorizar al otro para sentirse mejores.

Ser sencillo es una labor que requiere de un trabajo interno serio y decidido. Como bien decía el filósofo Henry Hazlitt: “La sencillez es el resultado natural del pensamiento profundo”, es en esa profundidad del alma humana donde se encuentra la verdad inequívoca de que la dignidad de la persona no recae en sus posesiones, ni siquiera en sus capacidades, sino en la simple razón de existir como humano, un ser con alma, con todo un cúmulo de virtudes y defectos, imperfecto pero con la capacidad de ir cada día perfeccionándose, de conmoverse y hacerse uno con sus semejantes, dotado de un corazón solidario y generoso.

Nuestro transitar por la vida debe estar marcado por el deseo de irnos despojando de todo aquello que nos lastra; nuestra misión es intentar ser cada día la mejor versión de nosotros mismos y en ese camino la sencillez será una gran aliada en este propósito. Quien comprenda esto tendrá la mitad del camino recorrido.

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