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Parece haber una tendencia generalizada a promover el amor a sí mismo, la superación personal, la autoestima, la autorrealización, como el verdadero camino hacia la felicidad y no seré yo quien niegue la importancia vital del aprecio a nuestra persona.

El problema es que, en aras de rechazar una codependencia enfermiza que devalúa a las personas, han surgido voces que nos han llevado al extremo opuesto, exaltando de tal manera la autorrealización y la autoestima que las han sacado de contexto y venden la idea de que primero yo y después yo.

En la película clásica Kramer versus Kramer, una madre de familia abandona a su hijo y su esposo argumentando que estaba cansada de ser “de”, ya que había sido hija “de”, esposa “de” y ahora madre “de” y afirmaba: “Quiero ser mía por primera vez”.

Este es el retrato de nuestro tiempo, con muchas personas creyendo que el no ser “de” nadie nos llevará a autorrealizarnos y a la felicidad, cuando lo que en realidad están logrando al no ser “de” nadie es probablemente acabar siendo esclavos “de” su celular, “de” su trabajo, “de” sus pasiones o caprichos y “de” una autoexaltación de su persona.

Existen soledades enriquecedoras, pero no por ello se han de cortar puentes al encuentro con los otros, ya que el ser humano existe en sociedad; es una ilusión tratar de negar nuestras dependencias, en una sociedad todos dependemos de todos y el sentido último de la existencia de la sociedad es el bien común, que solo puede generarse a través del compromiso mutuo en el que yo dependo en algunos aspectos de ti y tú dependes en otros aspectos de mí.

¿Qué hacer con nuestras dependencias? El mejor camino es conseguir que sean muchas y sean liberadoras, no esclavizantes, que la madre, el padre, los hermanos y todos consigamos por medio de una dependencia fructífera y llevada con amor hacernos cada día mejores seres humanos; esto es verdaderamente realizarse, ser la mejor versión posible de nosotros mismos y esa mejor versión no es ser una isla.

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