'Vocación de Amor, Vocación a la Santidad'

La santidad es una promesa y un don. No se es santo por lo que uno hace, sino por lo que Dios hace en uno y con uno.

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Dios quiere que la humanidad participe de su santidad. Así, se expresa en este texto: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”. (SIPSE)
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SIPSE.com
MÉRIDA, Yuc.- VII Domingo del Tiempo Ordinario

Lev. 19, 1-2. 17-18; Salmo 102; I Cor. 3,16-23; Mt. 5,38-48

I. 1ª Lectura Lev. 19, 1-2. 17-18

La noción de “santidad” es clave en el libro del Levítico y en todo el Antiguo Testamento. Fundamentalmente, la santidad designa el misterio insondable del Dios trascendente. De hecho, solo Dios es santo.

Pero este Dios “totalmente otro” se hace próximo y permite que el hombre se le acerque. Más aún, quiere que la humanidad participe de su santidad. Así, se expresa en este texto: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”.

De la santidad del Señor y del deseo real de ser como Él, derivan los preceptos morales. El corto fragmento que leemos muestra la importancia del amor al hermano, que aquí se identifica sólo con el compatriota. Hay que desterrar la malicia, la envidia y el odio, y, además, ejercer la corrección fraterna.

La santidad es una promesa y un don. No se es santo por lo que uno hace, sino por lo que Dios hace en uno y con uno. No es punto de llegada, sino la santidad es punto de partida.

Ser santo –en Israel- es aceptar que Dios liberó de la esclavitud a Egipto, para que obedezca la Ley que comporta los 10 mandamientos.

Es como en el Nuevo Testamento que dice: si son “hijos de Dios”, vivirán como hijos, no en el miedo sino en la confianza (Rm. 8,14).

Es una perla del levítico -el amor al prójimo-. No al odio, rencor, venganza, sino favorecer la corrección fraterna, y la benevolencia que se transforma en perdón.

“Yo soy, el Señor” es como para hacer una referencia a Aquel, del que debemos ser como un espejo y un reflejo, en la caridad hacia nuestros hermanos.

II. 2ª Lectura: 1 Corintios 3, 16-23

Nos hallamos aún en la sección de la carta que Pablo dedica a hablar de las disensiones que hay en la comunidad a causa de la exaltación de distintos “maestros”. 

Ahora acaba de hablar de la edificación de la comunidad y da un paso más: la comunidad es el templo de Dios. Gracias a la presencia del Espíritu, ahora el templo, el lugar de la presencia de Dios, es la comunidad cristiana.

Otra advertencia sobre la sabiduría del mundo y la sabiduría de verdad, ilustrada con unas citas libres de Job y de un salmo, dan paso a la conclusión: “Que nadie se gloríe de pertenecer a ningún hombre…”.

Y acaba con una afirmación sorprendente: “Todo les pertenece a ustedes”. Es absurdo decir: “Yo soy de Pablo, yo soy de Pedro”, porque la realidad para un cristiano es al revés: ¡todo es de ustedes¡

III. Evangelio Mt. 5, 38-48

Leemos la continuación del fragmento del domingo anterior, que hoy alcanza el momento culminante de plenitud y esplendor.

La santidad es el tema más importante del Evangelio de hoy, tanto que la Liturgia nos lo presenta también en la Primera Lectura. Pero este Evangelio nos trae unos cuantos consejos que hemos de seguir para llegar a ser santos. Esos consejos pueden resumirse en esto: No devolver mal por mal y perdonar a los enemigos.

La llamada “ley del Talión” (ojo por ojo y diente por diente, Éxodo c.21) supuso un avance, porque ponía límites a la venganza y la expresión más impresionante es la representada por Lamex (Gn. 4.23) que propone que cualquier daño que se haga, será vengado setenta veces siete. Jesús propone no a la venganza y pone unos ejemplos sacados de la vida cotidiana para mostrar la manera de actuar ante la agresión de otro, según la “nueva justicia” del Reino de Dios.

Si continuamos con el Sermón de la Montaña, vemos que Jesús da dos consejos más que van en la misma línea de mostrar la otra mejilla: el entregar el manto además de la túnica, es decir, quedarse sin ropas, y el caminar una milla extra (ir más allá de la distancia requerida y permitida por la ley, llevando la carga de un soldado romano). 

Sin entrar en detalles legales y costumbristas de aquella época, vale la pena destacar que biblistas que sí han estudiado las leyes, las normas y las costumbres hebreas, piensan que estos tres consejos tenían como objetivo el poder desarmar anímica y moralmente al agresor. En ese sentido pueden tomarse como consejos para resistir los desprecios y las injusticias sin tener que recurrir a la violencia.

Ama a tu prójimo como a ti mismo es otro de los mandatos. Es fácil decir esta frase y se oye mucho por todos lados; por cierto, de manera tergiversada, queriendo decir que Dios nos manda a amarnos a nosotros mismos. De hecho S. Juan enmarcó la narración de la Pasión en las expresiones: “Jesús los amó hasta el extremo” (Jn. 13,1) y “Todo se ha cumplido” (Jn. 19,20) Dios nos manda a amarnos a nosotros mismos. Lo que quiere decir el Señor es que usemos la medida con que nos amamos a nosotros mismos (somos egoístas y amamos muchísimo nuestra propia persona, y eso Dios lo sabe). 

De allí que nos ponga esa medida mínima para amar a los demás. Y ésa es la mínima, porque la máxima es la que Cristo nos mostró con su muerte por nosotros, y eso también nos lo va a pedir más adelante en su vida pública.

A este vocabulario pertenece la perfección. Que consiste en sumergirse en el misterio de Dios, que se hace hombre y ofrenda la vida por nosotros, en el misterio del amor del Padre.

La perfección es cuando se ama, de la misma manera como uno ha sido amado, cuando uno está tan alimentado y nutrido por el amor de Dios, que uno mismo se convierte en signo, puente, vehículo de ese amor hacia los hermanos.

Podremos así orar:

“Oh Dios, que en tu Hijo despojado de todo y humillado en la Cruz, nos has revelado la fuerza del amor, abre nuestros corazones al don de tu Espíritu, para que tengamos el valor y la decisión de romper las cadenas de la violencia y el odio, y así en la victoria del amor, y del bien sobre el mal, demos testimonio de tu Evangelio de Paz”.

Mérida, Yucatán, 23 de febrero de 2014.

† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán

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