Me van a perdonar, yo ni siquiera uso corbata: José Mujica

Sin protocolo, el Gobierno mexicano otorgó la medalla Caballero Águila al presidente de Uruguay.

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El mandatario uruguayo relacionó a México con las películas de Jorge Negrete y Cantinflas. (Milenio)
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Miriam Castillo/Milenio
LA HABANA, Cuba.- La primera idea que el presidente de Uruguay, José Mújica, se hizo de México fue por las películas de Jorge Negrete. La segunda fue por lo que conoció de Cantinflas. Años después, dijo, conocería la hospitalidad mexicana y el refugio político que fue para muchos. 

Ayer, el presidente Enrique Peña Nieto entregó la medalla Caballero Águila a su homólogo de Uruguay, a quien le agradeció lo hecho por el país y por el impulso favorable de la imagen.

México condecoró al uruguayo sin mayores protocolos; horas antes, Peña Nieto no dio mayores argumentos. “Es un gran amigo del país”, dijo a modo de conclusión definitiva.

Y la amistad se vio en los abrazos, en la confianza de quienes tienen ya varios encuentros en sus países.

El discurso del presidente mexicano fue puntual y calculado, detalló varias de las virtudes del uruguayo, entre ellas, conformar la unidad en la zona.

“Nunca el hombre acumuló tanto conocimiento, pero el hombre no puede gobernarse a sí mismo. Sigue pensando en letra chica, y los gobiernos, cada cual preocupado en su presupuesto"

“Uno de los mensajes más importantes de nuestro homenajeado es que tenemos que seguir soñando y creando, día a día, la región moderna, productiva, competitiva y de mayores oportunidades para quienes forman parte de la sociedad latinoamericana.  En este ideal, el pueblo charrúa se ha convertido en un gran referente del carácter y determinación que inspira a América Latina y el Caribe”, dijo el mandatario mexicano en su discurso.

De fondo, parecía casi a propósito, sonaba un tango, la letra por fuerza melancólica por estar lejos de casa.

Mientras tanto, el  uruguayo  se veía inquieto, “cohibido”, confesó él mismo.

Apenas tomó el micrófono y se deshizo en disculpas. “Me va a perdonar, Presidente. Yo ni siquiera uso corbata”, dijo mientras miraba una solemnidad de sacos oscuros en la mesa principal en la que se instalaron el presidente de México el canciller José Antonio Meade.

Su discurso lo pronunció sin contar con una referencia por escrito. Habló de la situación en la región y en ademanes despreocupados y relajados reflexionó sobre el papel que tiene el hombre como raza frente a los retos que vienen.

“Nunca el hombre acumuló tanto conocimiento, pero el hombre no puede gobernarse a sí mismo, todavía. Sigue pensando en letra chica, y los gobiernos, nosotros, cada cual preocupado en su presupuesto, en su aventura, en sus desafíos y todos son válidos, pero hay una agenda estridente de problemas mundiales, que ningún país puede arreglar solo, ni ningún estadista, y que está determinando cada día que pasa, la vida, muy lejos de la voluntad real que pueden ejercer los gobiernos”, dijo.

Las ideas las daba con cierta cadencia, sin prisa, sin darse cuenta tampoco que el silencio en la sala era prácticamente absoluto.

Terminó de golpe, sin anticipaciones reflexionando, casi para sí mismo, si el colonialismo había terminado:

“Para qué colonialismo si estamos recontra colonizados en nuestra manera y afán de comprar y morimos mirando la vidriera y consagrados por las tarjetas.  Para qué.  Si nos sujetamos solos, salvo que seamos capaces de construir cultura, libertad y fraternidad frente al egoísmo”. 

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