En territorio de la 'mara' la muerte llega cada 2 horas

Solo en el primer semestre de este año, las autoridades de El Salvador reportaron entre 10 y 12 asesinatos por día, en promedio.

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Buena parte del éxodo de centroamericanos hacia Estados Unidos se explica por la violencia que se vive en la región. En la imagen, migrantes viajan en el lomo de La Bestia. La imagen se utiliza con fines ilustrativos. (Contexto/NTX)
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Juan P. Becerra-Acosta/Milenio Digital
SAN SALVADOR.- El promedio de ejecuciones en El Salvador durante el primer semestre de 2014 fue de 10 cada jornada.

Hasta el 20 de julio pasado se contabilizaron dos mil 67 homicidios. En junio el saldo fue peor: 11 asesinatos por día.

Prácticamente uno cada dos horas, según las cifras de la Policía Nacional. Esa violencia afecta principalmente a los jóvenes...

Y a los niños: en el primer semestre de este año 36 menores de 14 años fueron asesinados. Un promedio de seis al mes. Al menos uno cada semana.

Las disputas entre el crimen organizado, que aquí está formado por pandillas —las maras—, son causantes de este ambiente de inseguridad.

Esa violencia es la principal razón para que los menores de edad emigren hacia Estados Unidos: seis de cada 10 niños y niñas intentan llegar a suelo estadounidense por ese factor, según un estudio del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (Milenio, 30/07/14).

César Ríos, director ejecutivo del Instituto Salvadoreño del Migrante, conglomerado de organizaciones civiles dedicadas al tema, narra el acoso de pandilleros, que extorsionan a los alumnos en sus zonas de influencia con un quarter diario:

—Hay zonas geográficas en El Salvador donde los niños deben llevar a la escuela 25 centavos de dólar (la moneda de uso corriente). Y los pagan. Es como el impuesto para que puedan seguir en la escuela. Y cuando no pagan, entonces los amenazan.

Y hay que vivir con eso. Se los piden los líderes de las maras que están ahí, infiltrados, metidos en las escuelas...

Hay cosas peores de los maras:

—Hay casos que es muy difícil plantearlos (niega con la cabeza), pero hay niñas adolescentes a las que amenazan y les piden que vayan a las cárceles, donde están presos los líderes de las maras, para que hagan una visita íntima.

Si no lo hacen, amenazan a abuelos, padres, a todos. Entonces lo tienen que hacer. Hay niñas que lo hacen y no lo plantean ni a sus padres.

Donde no llega ni el sol

Apopa. El solo nombre del lugar causa temor entre muchos salvadoreños. Mencionarlo provoca que los taxistas se nieguen a acudir a algunas de sus colonias.

Es un suburbio ubicado a 18 kilómetros de San Salvador. Ahí es donde, explican los lugareños, nació la Mara Salvatrucha y en cuyos barrios operan varias derivaciones.

Ahí viven muchos líderes pandilleros y desde ahí operan sus actividades hacia la capital. Sus barriadas son de las áreas más peligrosas del país. Y las más temidas.

La única forma de entrar al territorio mara sin contacto previo fue acompañar a la Policía Nacional en sus operativos del día.

El oficial a cargo del recorrido y de la caravana de varios vehículos lleva un arma empuñada y recargada en su pierna derecha en la cabina de su camioneta.

Él y sus hombres se han puesto chalecos antibalas. Recomiendan a los reporteros que los usen. Varios efectivos llevan el rostro cubierto a pesar de que portan poderosos fusiles de asalto.

Dicen que temen las represalias. Comentan que si no vienen en grupo prefieren no adentrarse en la zona.

Uno se percata de que ya está en territorio mara por lo que se observa en las paredes, en los muros: pintas de diferentes pandillas de la MS o la M-18.

Por ejemplo, una de éstas dibujó un escudo nacional de su país y abajo, en vez del lema nacional, pintó 'Destroyers'. Es la MS en su versión Destructores, con su lema "Ver, oír y callar".

De cuando en cuando los policías se detienen en vecindades, llamadas pasillos por lo estrecho de sus corredores, y detienen a quienes parecen sospechosos.

A todos los dejan libres si no encuentran armas o drogas, lo cual resulta casi imposible porque en cuanto la caravana policial se acerca, los postes, niños y niñas que fungen como halcones, llaman para que las bandas se escondan o huyan.

En medio de la vegetación de un pasillo detienen a un joven. Tiene 17 años. Es de la M-18 Sureña. Camina raro, demasiado lento. Se toca su costado izquierdo, a la altura de la cintura. Está herido. Lleva gazas ahí, en la cintura, lo mismo que en la mano zurda. Accede a platicar. Usa frases cortas.

Él, como los demás maras que en las distintas barriadas hablan con los enviados, lo hacen por la presencia policial.

En sus miradas y tonos queda claro que si esos efectivos no estuvieran presentes, no nos iría muy bien.

No nos permitirían preguntar algo, ni observar detenidamente sus manchas, sus tatuajes en rostros y cuerpos.

El chavo se voltea la gorra hacia atrás y se dispone a hablar. Tiene rostro infantil, pero la mirada puede congelar a quien lo ve.

—¿Y qué pasó ahí? ¿Un balazo?

—Cabal (así es). Me cohetearon.

—¿Cuándo?

—Hace como tres días.

—¿Y en la mano?

—También.

—¿Por qué?

—Rencillas entre pandillas...

—¿Quiénes fueron?

—Ve a saber quién fue... —no delata. Tiene la mirada lenta, quizá por droga, tal vez por los analgésicos.

—¿Qué pandilla fue?

—La misma (M-18), pero contraria. Los Reveca. Revolucionarios.

—¿No has pensado irte a Estados Unidos por la inseguridad?

—No... —desafía con la mirada.

—¿Por qué?

—Aquí estoy bien.

—¿No te da miedo?

—No, para nada... —medio sonríe.

—¿Fue pistola o fusil?

—No sé.

—¿Cuántos eran?

—Un montón.

—¿Y por qué te dispararon?

—Como le digo: rencillas entre pandillas, ¡bah! Cabal. Como yo soy sureño...

—Te salvaste.

—Ajá, todavía tenemos oportunidad, usted sabe...

—¿Oportunidad de qué?

—De cambiar y de muchas cosas.

—¿Te vas a vengar?

—No...

—¿Qué dice tu familia de que estés en la clica (pandilla)?

—Sin comentarios. Bien, pero sin comentarios de eso... —voltea hacia otro lado y da por finalizada la charla.

Se marcha rumbo a la zona más estrecha de un pasillo. Desparece entre los corredores. Esa es su vida cotidiana. Los balazos. Las heridas. Como la de tantos otros jóvenes salvadoreños: las ONG calculan que puede haber activos hasta 100 mil pandilleros en el país.

David no pudo con Goliat

César Ríos narra un caso dramático. Un caso que sacudió a no pocos, por más curtidos y habituados que están a la violencia. Un caso de niños agobiados por los pandilleros...

-El caso de un niño, David, de 10 años. Los padres le mandan el dinero para que el niño y la niña, su hermana, se vayan para Estados Unidos y le paguen al coyote.

La niña se fue, pero el niño dijo: "Yo no quiero dejar a mi abuela, yo quiero estar con mi abuela". Y le rogaban al niño, le rogaban al niño, pero se le prendió a la abuela y no se quiso ir.

Y el día siguiente, lo matan las maras. No te puedo decir cómo dejaron su cuerpo...

La imagen que retrata lo que sucede aquí. Un callejón con una larga barda pintada con un grafiti en el que se ven los nombres de destacados maras de la zona... muertos. Son decenas de lápidas. Un memorial urbano.

Las vidas truncadas de jóvenes salvadoreños.

El epitafio en una pared en territorio mara. (Omar Meneses/Milenio Digital)

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