Gaza, laboratorio de control social y violencia

Más allá de los cohetes que lanza Hamás, la pequeña franja palestina cumple otras funciones para Israel.

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Dos niñas palestinas juegan entre los escombros de una vivienda derruida en la localidad de Beit Hanun, en la Franja de Gaza, el lunes pasado. (Archivo/EFE)
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Francois-Xavier Plasse-Couture/Le Monde en MILENIO
HAWÁI, EU.- Desde la "retirada" de Gaza en septiembre de 2005 (cuando Ariel Sharon ordenó la salida del ejército y de las colonias israelíes en 36 horas, N. del T.) se han sucedido, entre las operaciones militares de envergadura contra los gazatíes, episodios de "paz" durante los cuales la vida de los israelíes se parece a la de los países europeos vecinos. Mientras, en Cisjordania la ocupación sigue su marcha. 

Entre 2005 y 2011, los colonos de los asentamientos israelíes crecieron 22 por ciento, al pasar de 425 mil a 520 mil (sin incluir los asentamientos en Jerusalén Oriental, también ocupado).

Israel ganó en todos los sentidos. Ante el irrespeto del derecho internacional que debe regir los deberes del ocupante, la comunidad internacional bajó los brazos. Desde la firma de los acuerdos de paz de Oslo (1993), Israel no ha vuelto a ocuparse de los gastos relativos a sus responsabilidades de potencia ocupante.

La lógica que ha guiado la partición de los territorios palestinos ocupados oscila "entre presencia y ausencia selectiva", según dos estrategias israelíes contradictorias: territorial (que intenta anexar el mayor territorio posible) y demográfica (que excluye las zonas fuertemente pobladas por los palestinos")." (Wizman, Hollow Land, 2007).

Así, los Acuerdos de Oslo [entre el líder palestino Yaser Arafat y el premier israelí Isaac Rabin, asesinado en Israel un año después] y la "retirada" aseguraron la perennidad de la ocupación y la colonización, al abandonar a su suerte al grueso de la población palestina [Gaza: 1.8 millones; Cisjordania: 1.9 millones], pero manteniendo el control sobre el conjunto del territorio aún colonizable [Cisjordania y Jerusalén Oriental].

Junto a la rentabilidad de la economía de la violencia desde la salida de Gaza, la ocupación ha estado marcada por una administración cada vez más dependiente de una lógica de "violencia contenida", lo que le permite a Israel afirmar su dominio en los territorios palestinos y sobre la población, respondiendo a la vez al imperativo económico.

Como lo destacan académicos israelíes, esta violencia contenida "promete un máximo control [...] al más bajo precio". Porque más allá de la mitigación de las repercusiones políticas de una ocupación prolongada, la administración israelí, en aras de reducir los costos económicos, explota la violencia como estímulo económico. Y es en este marco de economía de la violencia que hay que situar la actual operación militar [Marco protector, iniciada el 8 de julio].

Gaza también se ha convertido en un verdadero laboratorio de experimentación sobre la miseria humana y el control de las poblaciones "no deseables", el cual sirve además para probar las técnicas y armas desarrolladas por el complejo militar-industrial. 

Es así como el gobierno israelí relanza la economía propulsada por su sector de las tecnologías ligadas a la seguridad y la industria de las armas. Así, a la pregunta del periodista israelí Yotam Feldman de "por qué la demanda de armas israelíes", el ministro de Industria israelí, Ben Eliezer, afirmó: "Cuando Israel vende armas, los compradores saben que ya fueron probadas".

El periodista preguntó entonces si la experiencia con la violencia estaba ligada al crecimiento económico, y el ministro respondió: "ella genera miles de millones de dólares".

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