Migrantes, vitales en la capital mundial del champiñón

El cultivo de hongos es una industria que genera 500 millones de dólares anuales y que sigue dando trabajo a multitudes de indocumentados.

|
Un trabajador mexicano al momento de cortar setas. (npr.org)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Agencias
KENNETT SQUARE, Pensilvania.- Más de un siglo después de que un florista cuáquero sembrase unas esporas que había traído de Inglaterra y disparase la producción de champiñones en el condado de Chester, al sur de Pensilvania, el cultivo de esos hongos es una industria que genera 500 millones de dólares anuales y que sigue dando trabajo a multitudes de inmigrantes.

Este fin de semana se espera que casi 100 mil visitantes participen en el vecindario de Kenneth Square del festival anual de la que se define a sí misma como la capital mundial del champiñón.

"Nadie cultiva tantos hongos como nosotros en un área tan concentrada", aseguró la coordinadora del festival Kathi Lafferty, cuya tienda de artículos recordatorios, Mushroom Cap, ofrece camiseta con el cartel "Shiitake Happens", o "el hongo shiitake crece solo".

Los peones, sostenes de la producción

Pero no son el sol ni la tierra fértil lo que sostienen la principal cosecha de Pensilvania. El gran pilar de esta industria, según lo líderes del sector, son generaciones de peones -cuáqueros, irlandeses, italianos, afroamericanos, puertorriqueños, mexicanos y ahora algunos guatemaltecos y hondureños- que trabajan 12 horas diarias desde el amanecer para cortar champiñones frescos, los cuales se resecan muy rápidamente, empacarlos y despacharlos en el día.

"Son poblaciones de inmigrantes que querían mejorar sus vidas, igual que hicieron mis abuelos", dijo Chris Alonzo, presidente de Pietro Industries.

Si bien los agricultores de hoy combinan modernas técnicas para contar con la temperatura, humedad y dióxido de carbono ideales, la cosecha se sigue haciendo a mano. Es una tarea ardua, en la que peones casi siempre extranjeros se pasan todo el día de pie.

Es un trabajo sucio y con plazos rigurosos. El hongo crece en una mezcla margosa y duplica su tamaño cada 24 horas. Los trabajadores tienen el sueldo mínimo y ganan más a destajo, llenando de tres a cinco cajas de 10 libras (4.5 kilos) por hora.

El abuelo de Alonzo, Peter "Pietro" Alonzo Sr., cuya familia vino de los Abruzzi, en Italia, comenzó a cultivar champiñones en Kennett Square durante la Gran Depresión. En la década de 1930 surgieron unas 500 operaciones de cultivo de hongos en un radio de 16 kilómetros (10 millas) de Kennett Square. La zona tenía buen acceso a mercados importantes y los criaderos de caballos ofrecían abundante estiércol para usar como abono.

El gran pilar de esta industria, según lo líderes del sector, son generaciones de peones como irlandeses, italianos, afroamericanos, puertorriqueños y mexicanos

Alonzo, de 44 años, se recibió de economista en el Allegheny College. Pietro Industries contaba con cuatro invernaderos cuando su padre, Peter Alonzo Jr., se incorporó al negocio de la familia en 1967. Hoy tiene 53 invernaderos y 150 empleados, y es la sexta operación de su tipo más grande entre las 60 granjas de hongos del condado.

Durante una visita a la granja la semana pasada había cuatro peones mexicanos regando decenas de pasillos con composta y turba, depositados en tablones adentro de invernaderos con forma de establos y en los que se apreciaban cantidades de champiñones blancos. En el piso había numerosos tallos de hongos.

"No soy bilingüe, pero puedo tener conversaciones sobre temas agrícolas", dijo Alonzo, quien hablaba español con los trabajadores.

Mientras maneja su Chevy Tahoe azul hacia un nuevo y moderno invernadero a pocos kilómetros, cuenta más historias.

Dijo que luego de los cuáqueros y de algunos irlandeses, llegaron los italianos, picapedreros y trabajadores de fábricas de seda que se quedaron sin trabajo en su país. Al principio hicieron de peones, luego instalaron sus propias operaciones.

La fuerza laboral de los años 50 incluyó a blancos y afroamericanos, la mayoría de los cuales no querían pasarse toda su vida en esa actividad. Cuando surgían mejores oportunidades, se iban. En esta industria no había, ni hay, sindicatos, con excepción del de la granja Kaolin Mushroom Farms.

Muchos puertorriqueños, incluidos algunos cortadores de caña, vinieron a Estados Unidos hablando español y fueron reclutados para trabajar en el cultivo de hongos durante la Segunda Guerra Mundial. La influencia de los hispanos todavía se siente.

En el nuevo invernadero de Pietro -una instalación enorme, con control de clima, que costó 10 millones de dólares-, el cesto para los pantalones sucios dice "pantalones", en español. El de las camisas, "camisas".

La mayor parte de la fuerza laboral fue puertorriqueña entre los años 50 y los 70.

Los boricuas comenzaron a organizarse y a exigir "mejores salarios, pago por horas extras y mejoras en sus condiciones de trabajo", según un informe difundido en 1997 por el profesor de la Universidad de Pensilvania en Indiana Víctor García. "Sus esfuerzos por organizarse fueron muy resistidos por los agricultores, que... sistemáticamente los despidieron y contrataron a migrantes mexicanos".

Mexicanos desplazan a puertorriqueños

En los años 80 algunos puertorriqueños alcanzaron puestos administrativos o se dedicaron a otras cosas. Las vacantes fueron cubiertas mayormente por gente procedente del estado mexicano de Guanajuato, reclutada a menudo por parientes.

En general eran hombres solteros, que podían tener permisos de trabajo o no. Dejaron a sus familias en México y vivieron juntos en precarios campamentos suministrados por los propietarios.

La ley de 1986 que concedió una amnistía a los extranjeros que estaban en el país ilegalmente y que habían llegado desde 1982 le permitió a numerosos peones legalizar su situación. Muchos de ellos trajeron a sus esposas e hijos y surgió así una comunidad mexicana permanente en el condado de Chester.

"Hubo cambios importantes en la vivienda", dijo Art Read, consejero general de Friends of Farmworkers (Amigos del Peón de Campo), una organización legal que defiende los intereses del público. "Kennett pasó a ser un punto de referencia para los migrantes mexicanos".

La matriculación de niños migrantes en las escuelas del barrio y sus alrededores aumentó de 245 en 1989 a 602 en 1995.

Los mexicanos se multiplican

Entre 2002 y 2005 la población mexicana se duplicó, llegando a 10 mil. Del 2000 al 2010, la población hispana en general subió de 3.7 por ciento al 6.5 por ciento.

Parecía inevitable que algunos peones mexicanos progresasen y tuviesen sus propias granjas. Unos seis de ellos lo han conseguido.

Incluido Martín Ortiz, de 47 años.

Oriundo de Toluca, México, tenía 16 años cuando se vino a Estados Unidos en 1983. Consiguió la residencia permanente en 1987 y se hizo ciudadano en el 2001. Tiene dos hijos. Uno de ellos está estudiando veterinaria en la Universidad Estatal de Pensilvania. El otro es un policía de Kennett.

Durante más de dos décadas Ortiz trabajó para otros, seleccionando hongos, cortándolos y manejando camiones. Con la ayuda de su esposa Norma comenzó a cultivar shiitakes por su cuenta. Usando sus ahorros y préstamos, empezó a comprar edificios donde cultivar el hongo.

Hace cinco años abrió Liberty Mushrooms. Su logo tiene una imagen estilizada de la Estatua de la Libertad, que simboliza la realización de sus sueños.

"Quiero mucho a Estados Unidos", expresó. "Un país libre" que le dio oportunidades a su familia.

Lo más leído

skeleton





skeleton