"Me separaron de mis hijos en la frontera. No valgo, no existo..."

Ella trabajaba para el gobierno de Honduras, pero la violencia la arrojó a migrar.

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Ella pidió asilo político, tras varios días de espera, le aprobaron su solicitud, pero aún sigue sin sus hijos. (Foto: Univisión)
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Agencia
ESTADOS UNIDOS.- Sindy Sánchez, una hondureña de 29 años, llegó a la frontera de Eagle Pass huyendo de amenazas que recibió en su país por apoyar y trabajar para el gobierno de Juan Orlando Hernández.

Al llegar al puerto fronterizo, asegura que intentó durante tres días obtener un cupo para solicitar asilo. Pero no lo consiguió y negada a volver a su país cruzó por el río. Allí fue detenida por un oficial de la Patrulla Fronteriza y más tarde, separada de sus hijos de 6 y 9 años. Ahora narra en primera persona toda su experiencia desde la casa de su hermana en Houston, Texas, informó Univisión.

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Nunca había pensado en venir a los Estados Unidos de esa manera porque tenía mi trabajo, mis hijos, estaba estable y no cualquiera tiene el privilegio de tener un trabajo en mi país. Mi trabajo tenía que ver con la política, trabajaba directamente con el gobierno haciendo labores sociales y también promoviendo la política del Partido Nacional, donde yo trabajaba. Era activista del gobierno y actual presidente.

"Me separaron de mis hijos en la frontera. No valgo, no existo..."

Debido a los problemas que se suscitaron en Honduras por la reelección, cierto grupo del país se levantó porque la reelección es ilegal en mi país. Pero aún así el presidente se reeligió y por apoyar esa política sufrí muchos ataques. Fui atacada a golpes, fui víctima de insultos, de amenazas y muchas cosas horribles. También fuimos testigos de muertes violentas por cuestiones políticas.

Nosotros salimos del país en febrero 11. Estuvimos en México como un mes aproximadamente. Estando en México, migración mexicana nos regresa para Honduras. El día que nosotros llegamos asesinan al hijo de mi compañera de trabajo. Tomé la decisión de volver a salir porque no quería seguir en el país por la inseguridad y la forma como se le arrebata la vida a la gente.

El segundo intento fue el primero de abril, ese fue el día que volví a salir. Fue un trayecto tedioso, horrible, inseguro. Tenía a mis dos niños conmigo, pero venía acompañada con varias personas. Había personas que ya conocía en el trayecto y que ya habían venido varias veces y no habían logrado pasar. De Honduras salimos en bus para la ciudad de San Pedro Sula; de San Pedro Sula tomé otro bus para la frontera con Guatemala; de la frontera con Guatemala se toma otro bus para la capital de Guatemala; de la capital de Guatemala se toma otro bus para la frontera; luego de la frontera uno cruza a México. Y así uno va tomando buses, buses y buses de modo que no te topes con la inmigración mexicana.

Llego a la frontera con EEUU y me meto a la garita, intento pedir ayuda a los oficiales que estaban allí y me rechazan. Me dicen que no había lugar y que me regresara para México. Les dije que no quería regresarme a México porque no teníamos dinero, teníamos hambre, andábamos con niños y había tenido un trayecto muy largo. Me dijeron que me regresara o que si no iban a llamar a la migración mexicana.

Un intento tras otro

Retorno a México con mis hijos y me veo en la situación de que no teníamos comida, no tenía dinero, teníamos hambre, pero encontramos unos buenos samaritanos mexicanos que me regalaron comida para mis hijos. Dormimos en la Casa del Migrante. Al día siguiente volvimos y nos dice un oficial que solo estaban agarrando a cuatro personas por día y que ya las habían seleccionado, que tenía que volver al día siguiente temprano a ver si nos volvían a dar la oportunidad porque había demasiada gente. Me dijo: 'Así va a tener que estar haciendo, viniendo'. Le dije que no me quería arriesgar porque migración mexicana me podía agarrar.

Luego me encontré con una guatemalteca que me ayudó, me regaló comida. Entonces me encontré con otra paisana, garífuna igual que yo, nos quedamos sentadas en el parque (en Piedras Negras), nos quedamos hablando y tomamos la decisión de cruzar el río. Cruzamos.

Fueron tres veces las que llegué a la garita de inmigración a pedir ayuda, pero las tres veces fuimos rechazados. La primera de una manera muy horrible, porque un oficial también nos dijo ese día: 'Ahí está el río, vete a cruzar el río'. Yo le dije que por qué me mandaba a ahogarme con mis hijos. Y él me dijo: ‘Yo no te mandé a venirte de tu país’. Al día siguiente cuando regreso, cuando me encuentro con la paisana mía, tomamos la decisión de cruzar el río. Le dije: ‘Vamos, busquemos la parte más seca’.

Con nosotros también cruzó otro niño que andaba solo, de 16 años, hondureño. El niño me dice: ‘No puedo nadar’. Le dije: ‘Pónete cerca mío, yo voy a nadar, pero yo llevo a mis dos hijos y ellos son primero’. Cruzamos, gracias a Dios. Llegamos al otro lado y nos coge un señor de la Patrulla Fronteriza que fue muy amable. Nos recogió y nos llevaron al centro de detención este, al que llaman la hielera porque es muy frío.

Cuando ya me están tomando los datos me dicen que se tienen que llevar a los niños, porque separan a los niños mayores de cinco años de las madres por esa frontera de Piedras Negras. Me dicen que se iban a llevar a mis hijos porque para el lugar que yo iba ellos no podían estar. Hablé con mis hijos y les dije que quería que fueran fuertes. Le dije a mi hijo mayor, que es muy inteligente y maduro para su edad, que cuidara a su hermana mientras yo no estaba. Le dije que nos íbamos a ver dentro de poco, que no nos íbamos a separar por mucho tiempo, que no iba a permitir que los alejaran de mí, que me los quitaran. Les dije: ‘No vayan a llorar, nos vamos a ver pronto’. Les dije eso para no hacerlos pasar por ese momento traumático y mi hijo se me quedó viendo y muy maduro me dijo: ‘Yo la voy a cuidar, mami’.

Luego de eso estuve dos días en esa tensión. Un día nos levantan, creo que era la una de la madrugada. Me dicen que se van a llevar a mis hijos, que los preparara. Llega una oficial de la Patrulla Fronteriza. La niña no se quería ir y me dice: ‘Ven para que tú la acomodes en el carro’.

Cargué a la niña de seis años y la fui a colocar en el carro. Mi niña es más apegada a mí que el varón. Cuando los monto en el carro, le aseguro la silla, y mis hijos voltean a verme con una cara de: ‘Mami, mami, no me dejes’. Ellos no van llorando, pero sí me voltean a ver con esa cara. Yo tuve que hacerme la fuerte, para no llorar, gritar ni patalear, porque de eso tenía ganas ese rato. Cuando mis hijos se van es cuando rompo en llanto, porque no quería que mis hijos me vieran llorando porque ellos iban a saber que algo andaba mal. No quería que mis hijos pasaran por eso. Rompo en llanto y es cuando me trasladan a la cárcel de Valverde para pagar el delito de haber cruzado el río.

‘Mami, mami, no me dejes’. Ellos no van llorando, pero sí me voltean a ver con esa cara. 

Había muchas mujeres que estaban conmigo a quienes las separaron de sus hijos. Esas mujeres no sabían a dónde habían enviado a sus hijos, no se habían comunicado con sus hijos, no tenían familia quien respondiera por sus hijos, o se hiciera cargo de sus hijos.

Esas mujeres lloraban y lloraban. Siempre estábamos a la expectativa de las noticias, de las leyes cambiantes.

Mujeres que venían víctimas de la violencia doméstica, que traían sus pruebas, que traían marcas de la violencia.

Estando detenidas quitan la ayuda para las víctimas de violencia doméstica. Muchas de ellas con casos bastante complejos. A esas mujeres les daban negativo a sus peticiones de asilo y sin saber de sus hijos.

Esas mujeres lloraban y se desesperaban, gritaban llorando. Era un sentir tan horrible, porque todas estábamos allí, detenidas en un tanque. Estas mujeres sí pataleaban, lloraban por su hijos, no querían comer, teníamos que darle apoyo, palabras de aliento para que quisieran comer.

Cuando yo me comunico con mi hermana es que me entero que a mis hijos los habían llevado hasta Maryland, a una casa hogar. Yo no sabía.

Ahí (en Valverde) estuve 16 días hasta que me mandaron a inmigración ICE. Allí me tocó hacer las gestiones para lo del asilo. Pasé 16 días (por el traslado) porque decían que migración estaba lleno y no habían camas vacías para poder llevarnos a nosotros.

Tuve que esperar hasta que me mandaron allí, a inmigración, e hice el proceso del asilo. A Dios gracias me dieron un positivo y pude salir con una fianza.

En migración tenían acceso a llamadas. Yo me comunicaba con mi hermana. Mi hermana era la que me decía cómo estaban mis hijos porque solo hablaban con ella.

Cuando yo estoy en inmigración, como a los 12 días me llama la trabajadora social porque quería corroborar datos de mis hijos. Entonces fue cuando me permitió hablar con mis hijos como por media hora.

Estuve 28 días sin comunicarme con mis hijos.

A cientos de millas de distancia

Mis hijos están en Maryland. Según me dijo mi hijo, están con la mamá y el papá de una casa.

Le pregunto: ‘¿Te han regañado? ¿Gritado? ¿Te han hecho algo?’. Me dice mi niño: ‘Sí nos regañan a veces cuando hacemos cosas que no debemos, pero hasta ahorita no nos han tratado mal'. Me dice que ellos casi no hablan español y que tienen que usar el traductor de Google para poder comunicarse, porque los niños hablan español y ellos hablan inglés y a veces no se entienden.

Me dijeron que no puedo trabajar y que no me iban a devolver mis documentos hasta que no termine mi caso con inmigración. No me dijeron cuándo podré juntarme con mis hijos, solo me dijeron la dirección donde estaban, el número y nombre de la trabajadora social para que yo me comunicara con ella para ver cómo recuperaba yo a mis hijos. Osea, que todo dependía de mí, que los tenía que recuperar yo.

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