'Lo mataron porque estaba primero en la fila'

Taxistas de Tegucigalpa despiden a uno de sus compañeros asesinado, al parecer, porque miembros de su gremio se negaron a ser extorsionados.

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Familiares y amigos lloran junto al feretro del taxista Benjamín Alvarez Moncada, 'Don Mincho'. (Agencias)
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Agencias
TEGUCIGALPA, Honduras.- Benjamín Álvarez Moncada movió su taxi hasta dejarlo de primero en la fila que esperaba pasajeros en el punto de taxis ubicado detrás de la iglesia de Los Dolores, a media cuadra de la jefatura de policía de la ciudad.

Eran las cuatro de la tarde, cuando los habitantes de Tegucigalpa comienzan a salir del trabajo para regresar a casa. Pero quien se le acercó caminando lentamente por el costado derecho al vehículo número 322 no fue un cliente sino un joven de 15 años con un revólver que le descerrajó tres tiros: uno en la sien, otro en la oreja y otro en el cuello.

Como estaba él primero, era al que le tocaba morir, dijeron los taxistas que hacían fila tras él.

"Escuché lo que pensé eran cohetes de Navidad pero lo que vi fue a un muchacho con la pistola en la mano disparándole al taxista", dijo Carlos Irías, un ingeniero de 32 años que esperaba para abordar un taxi en el lugar.

Tras las ráfagas, el joven huyó del lugar entre la gente y los puestos de mercado tal como había llegado.

En esta capital de un país tristemente célebre por tener la mayor tasa de homicidios per cápita del mundo, la mayoría de los asesinatos quedan en las penumbras de la impunidad.

Pero ese no es el caso del asesinato de 'Don Mincho', como era conocido Álvarez Moncada: algunos testigos del crimen reaccionaron y atraparon al presunto asesino y los taxistas tomaron la decisión de unirse y contar la historia que los tiene atragantados; la historia de la extorsión que tienen que pagarle a una pandilla.

Cuando hay un asesinato en Honduras la primera reacción de los testigos es correr y echarse al suelo para protegerse de los disparos. La segunda es agolparse sobre el cadáver y mirar.

Uno de los choferes empezó a gritar y decidió correr tras el joven. En segundos, otros testigos y un policía lo acompañaron.

Un peatón le hizo una zancadilla al presunto asesino y lo hizo caer al suelo. Estaba a tan sólo una cuadra de los hechos, dijo otro de los testigos.

Para los taxistas de Honduras solo hay dos soluciones: pagar el impuesto de guerra o emigrar a los Estados Unidos

Entonces "un buen grupo de personas se le echó encima y comenzó a golpearlo con las manos y palos", dijo el ingeniero Irías. "El policía no era capaz de protegerlo. Apareció un vehículo con más agentes. Todavía subiéndolo, le daban golpes y corrían detrás del auto".

Su rostro y cuerpo para entonces ya estaba sangrando y parcialmente desfigurado.

De acuerdo con The Associated Press, no se trata de una reacción extraña. Muchos habitantes de Tegucigalpa están tan indignados y cansados con los homicidios, mil 178 el año pasado, 616 el primer semestre de 2013, que ya no quieren seguir sintiéndose prisioneros en una ciudad de poco más de un millón de habitantes; capital de un estado fallido.

Pero pocas veces habían tenido la oportunidad de reaccionar ante un asesinato, como ahora con el de 'Don Mincho'.

Irías, aún tenso por lo sucedido, admite que fue uno de quienes quiso golpear al muchacho. Primero piensa que este tipo de hechos es una barbaridad, para pasar después a decir vociferantes insultos y terminar sumándose al comentario generalizado estos días en Tegucigalpa: "a estos chavos hay que matarlos".

Según él, mientras le golpeaban y la policía se lo llevaba, los taxistas le vociferaban "ya te pintamos cab..., cuando salgas te vamos a matar".

"Estamos cansados", dice Irías. "Estamos acostumbrados. Estamos indignados. Yo mismo cierro los puños y siento que le quiero pegar si lo tengo cerca".

Él no sabe si va a votar el domingo pues culpa a "una clase política que vive encerrada en sus casas sin tener ninguna respuesta creíble que darnos a quienes estamos expuestos cada día a las pistolas" de la violencia que padecen.

La policía le confirmó la edad del adolescente a los taxistas pero no ofreció más detalles del caso.

Para sobrevivir en Honduras hay que seguir una serie de reglas no escritas en un país cogobernado por traficantes de drogas y pandillas. Quienes pueden hacerlo, viven detrás de altos muros y rejas en los conjuntos cerrados. No hay que salir de noche y quienes son testigos de crímenes no los denuncian ni hablan de ello.

Pero así no pasó con el caso de 'Don Mincho'.

Tegucigalpa no tiene transporte público organizado y está construida sobre pendientes empinadas con calles llenas de baches. Muchos de los 72 lugares donde se estacionan los taxis conocidos funcionan con una ruta fija y su servicio es colectivo.

Son, junto a los autobuses, el único medio de transporte para aquellos que no pueden pagar un vehículo en el segundo país más pobre del continente.

Cada semana los taxistas pagan por lo menos siete dólares cada uno y son entregados a un niño dentro de un sobre

Los taxis copan una acera y esperan en fila hasta reunir cuatro pasajeros. Cada uno paga unos 50 centavos de dólar por viaje.

Con suerte, un taxista puede hacer unos 25 dólares al día tras pagar gasolina y, en la mayoría de casos, el alquiler del carro que ronda los 15 dólares diarios.

'Don Mincho' esperaba a que su vehículo se llenara en medio de una calle forrada, como muchas en estos días de contienda electoral, con los carteles de la propaganda política; los rostros de los candidatos presidenciales: la opositora Xiomara Castro y el oficialista Juan Orlando Hernández.

Las elecciones presidenciales y legislativas se celebrarán el próximo domingo.

Hernández sacó adelante, como expresidente del Senado, una ley que creó un cuerpo llamado policía militar para atacar el problema de la violencia e inseguridad.

Sólo que la policía militar no pudo evitar el asesinato de 'Don Mincho', pues esta fuerza patrulla esporádicamente barrios marginales, no el centro de la ciudad, y en rondas que no alcanzan a cubrir a todas las vecindades ni las cubren todas las horas del día.

Tras su captura, los policías llevaron al presunto asesino a la Jefatura Metropolitana de la Policía de Tegucigalpa.

Irías cree que si la policía hubiera tardado algunos minutos más en llegar, "lo mata la gente, ni lo dudes, es niño muerto".

"Todos sabemos que las pandillas mandan menores a realizar los asesinatos por encargo y la percepción es que si no se escapa del centro (de detención) en el que los meten, en un tiempo mínimo, estará de nuevo en la calle", dijo.

Agolpados tras la cinta amarilla de las autoridades y aún estremecidos por el asesinato de su compañero, lo primero que hicieron los taxistas fue honrar su código del silencio: "aquí nadie va a hablar, hay banderas que escuchan lo que decimos y si alguien habla, es el siguiente (asesinado)", alguien dice entre un grupo aterrorizado.

La primera reacción del grupo, cargada de impotencia, fue bloquear el tráfico con sus carros mientras caía la noche en una ciudad ya de por sí colapsada vialmente.

"No podemos más", decía uno de ellos, entre lágrimas. "Podría haber sido yo".

En 2012, 33 taxistas murieron asesinados en Tegucigalpa; uno cada 11 días.

Horas más tarde, a la entrada de la iglesia evangélica Nuevo Amanecer y con el cuerpo de su compañero en un ataúd, el grupo accede a que uno de ellos, en un callejón, explique por qué mataron a 'Don Mincho' con la condición de que su nombre no se haga público.

"Hace seis años que pagamos extorsión", dice.

Cada semana, hacen una colecta y meten unos 260 dólares en un sobre que recoge un niño en el lugar de los taxis, sin mediar palabra. Cada taxista entrega unos siete dólares de los 25 que ganan al día.

El problema es que hace dos semanas alguien en una llamada telefónica les pidió mil dólares. No pagaron. Dicen que no pueden.

"Juegan con el hambre de nuestras familias", dijo el taxista desesperado. "Ya no tenemos de dónde sacar más. Yo fui a poner la denuncia. Testifiqué tapado con una capucha, para que nadie me reconociera".

Pero ahora él se siente culpable porque cree que el asesinato fue la consecuencia de la denuncia.

"El jueves, este mismo chavo llegó al punto de taxi y le puso la pistola en la sien a otro compañero", dijo. "Se atascó y no disparó. El compañero se ha encerrado en casa, ha apagado el celular y no quiere hablar con nadie".

Esta persona dice que la pandilla usa a niños de las barriadas para que estudien los taxis: identifican a los choferes y a los carros por sus números, los siguen, conocen sus horarios, las viviendas de los taxistas, lo que producen.

"Estamos atrapados. Somos presa fácil", dice. "A Don Mincho lo mataron porque estaba primero de la fila. No iba contra él. Atacan al colectivo, no a la persona. Si regresamos, mañana cae otro".

El miércoles al mediodía, a las puertas de la iglesia evangélica y mientras los taxistas depositaban el féretro en el coche que lo trasladaría al cementerio, una pequeña carpa del Partido Nacional repartía una tarjeta de descuentos que el candidato oficialista Hernández ofrece a sus seguidores.

También regalaba camisetas y registraba votantes pese a que la ley prohíbe hacerlo esta semana y al dolor que los rodeaba.

Alguien tuvo que pedirles que por respeto apagaran la música.

Al funeral, en el cementerio Santa Cruz al norte de la ciudad, llegaron decenas de taxistas y tres autobuses pagados por los clientes de 'Don Mincho'.

En sus 35 años de trabajo había llevado a la escuela o al trabajo a miles de personas. También estaban su esposa, sus tres hijas, y algunos de sus nietos. Uno de ellos trabaja en la misma estación de taxis.

Tras el oficio religioso, alguien abrió el ataúd y todos los taxistas desfilaron derrumbándose en llanto, abrazando y besando al cadáver o compartiendo sus últimas palabras con quien fue su amigo y compañero.

De regreso a casa uno de ellos explicó que "soluciones solo hay dos: pagar el impuesto de guerra o emigrar a los Estados Unidos".

Un día después del asesinato, y cuando de nuevo caía la noche, el lugar de taxis estaba vacío. Los taxistas ya habían perdido un día de jornal y pedían prestado dinero: las extorsiones y las necesidades no esperan.

Seguirán sin trabajar hasta que puedan reunir los mil dólares.

"No quiero pensar que tiene solución, pero nadie la conoce", dijo el ingeniero Irías, que también fue al cementerio. "Nadie sabe de qué forma, pero el que gane las elecciones es a esto a lo que le tiene que entrar. Es más de lo que una sociedad puede soportar".

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