Mianmar se vuelve el paraíso de las drogas

En este país donde crece el cultivo de amapola, es común ver a drogadictos y militares consumiendo estupefacientes de cualquier tipo y sin esconderse.

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Un oficial del Ejército de Liberación Nacional Taang lleva un lanzagranadas propulsadas por cohetes sobre su hombro mientras caminaba por un campo de amapolas. (Agencias)
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Agencias
NAMPATKA, Mianmar.- Cada mañana los drogadictos llegan a este cementerio del noreste de Mianmar para recibir su dosis. Y si entre ellos hay algún policía o soldado, no es para combatirlos sino para drogarse también.

Los militares, a plena luz del día y a la vista de todos, se suben las mangas y se drogan.

A poca distancia en este cementerio en el noreste de Mianmar, los adictos se arriman a las blancas lápidas, arrojando las jeringas hacia el césped. Otros se arrodillan en el suelo e inhalan pipas de plástico, artefactos improvisados a base de botellas de agua potable.

Al igual que en otras regiones donde se cultiva el opio en Mianmar, en la aldea de Nampakta ha colapsado el orden público desde que los generales que gobernaban al país cedieron el poder a un gobierno teóricamente de civiles.

De acuerdo con The Associated Press, el comercio de drogas y la adicción han convertido a la zona fronteriza en un pantanal anárquico. En esta aldea, aproximadamente la mitad de la población consume drogas.

“Se drogan en público, a plena de luz del día, frente a todo el mundo”, dice Daw Li, sollozando en el cementerio frente a las tumbas de dos de sus hijos, víctimas de sobredosis de heroína.

“Antes la gente lo hacía pero en privado, en sus casas”, dice la viuda de 58 años de edad. “Ahora la droga se vende y la gente se inyecta abiertamente y ni les importa si alguien los ve, ¿por qué nadie hace nada para parar esto?”.

Mianmar era el mayor productor mundial de opio, el principal ingrediente de la heroína, hasta el 2003. 

El gobierno invirtió millones de dólares tratando de erradicar las plantas y los carteles comenzaron a concentrarse en la manufactura de metanfetaminas. Pero en cuestión de pocos años comenzó a aumentar nuevamente la producción de la amapola.

La Oficina de la ONU a cargo del control de drogas estima que Mianmar produjo unas 870 toneladas de opio el año pasado, un aumento de 26 por ciento con respecto al 2012 y la cifra más alta que se haya visto en una década. En ese mismo período, disminuyeron las iniciativas para la erradicación de los cultivos. Un portavoz oficial dijo que la disminución se debió a las gestiones que se estaban adelantando para concretar la paz con una amplia gama de grupos rebeldes que controlan la mayoría de los cultivos.

Muchos habitantes están hartos de ver que sus comunidades son desgarradas por las drogas, aunque los cultivos ilícitos son la única fuente de ingresos para la gente en zonas rurales

Casi una docena de treguas se han firmado con los distintos grupos armados, pero varios de ellos, como por ejemplo el Ejército Estatal Shan y el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang, se resisten a deponer las armas. Si el gobierno elimina los cultivos que son la principal fuente de ingresos para los rebeldes, las negociaciones de paz sufrirán.

Sin embargo otras localidades donde florecen los cultivos ilícitos están en manos del gobierno. Las autoridades tienen la capacidad de tomar medidas, pero no lo hacen.

“Cuando comencé en este cargo, le dije a mis comandantes, ‘tenemos que hacer algo para frenar toda esta actividad de drogas”’, dijo un policía en Nampatka que le habló a la AP a condición de anonimato. “Y me dijeron, de manera tajante, ‘eso no es asunto tuyo”’.

Agregó que todas las familias en la aldea de ocho mil habitantes están afectadas de alguna manera u otra: “La mitad de la población se droga. Y no es sólo opio o heroína, ahora también son las metanfetaminas”.

Las metanfetaminas se han convertido en una plaga peor que el opio y los ingredientes son traficados en Mianmar desde la India, aunque el gobierno dice que sus allanamientos recientes demuestran que están tomando cartas en el asunto. Esas confiscaciones se concentraron principalmente en la metanfetamina, incluyendo la confiscación de un millón de píldoras este mes en Yangón.

Aunque el gobierno erradicó solamente unas 12 mil hectáreas (30 mil acres) de opio el año pasado, aproximadamente la mitad del 2012, el gobierno estima que habrá más campañas de erradicación, con ayuda de Estados Unidos. Las sanciones impuestas al país cuando estaba bajo dictadura, dicen fuentes oficiales, le hacía difícil financiar cultivos alternativos.

Al lado de los caminos que llevan a Nampakta, hay amplios campos de amapolas en pleno esplendor, junto con varias bases del ejército y de la policía.

Los campesinos que viven en chozas sobre el camino dicen que los cultivos son protegidos por milicianos apoyados por el gobierno y conocidos como los Pyi Thu Sit, que dominan gran parte de las provincias de Shan y Kachin.

Jason Eligh, designado por la ONU para encabezar los esfuerzos antidrogas en el país, dijo que básicamente, toda persona con un arma tiene influencia en el asunto.

Las milicias obligan a los campesinos a cultivar la amapola, les prestan dinero para que compren las semillas, protegen los cultivos y se aseguran de que el opio sea vendido en el mercado. Para cada transacción cobran una comisión.

Los soldados y policías reciben dinero también, a cambio de hacerse la vista gorda. Los vendedores hacen sus negocios en el cementerio, en las calles y en estrechos callejones de zonas residenciales, y los policías no los molestan. Algunos policías incluso piden que se les pague con drogas en vez de dinero.

Fue trabajando como policía que Naw San se convirtió en drogadicto.

La Oficina de la ONU a cargo del control de drogas estima que Mianmar produjo unas 870 toneladas de opio el año pasado

“Cuando tratábamos de arrestar a los traficantes teníamos que fingir que éramos adictos para que no nos reconozcan”, dijo Naw San, de 32 años y que ahora está en un centro de rehabilitación para curarse de la adicción.

Añade que está tratando de dejar el vicio por consideración a su hijita de 2 años y por respeto a sus padres, que ansiaban que él se educara en una escuela religiosa.

“Ya mi hermano menor murió por las drogas y las drogas dejaron a mi otro hermano que ya casi no parece ni ser humano. Soy la única esperanza que le queda a mi familia”, comentó Naw San,. “Espero poder tener la ayuda de Dios y servirle a El. Por eso rezo todos los días”.

Muchos habitantes están hartos de ver cómo sus comunidades son desgarradas por las drogas, aunque los cultivos ilícitos son la única fuente de ingresos para la gente en estas zonas rurales y empobrecidas. La comunidad internacional ha otorgado más de mil millones de dólares en asistencia a Mianmar, pero el grueso de los fondos ha ido a desarrollar zonas urbanas y lugares más accesibles. Ahora algunos de los habitantes en las zonas más afectadas dicen que hubieran preferido que las cosechas queden destruidas.

Daw Li, la mujer que perdió a dos de sus hijos por sobredosis de drogas — uno tenía 32 años y el otro 28 — teme que pronto su hijo menor, de 25, caerá también en el vicio.

“Yo quería que mis hijos tengan un buen futuro”, expresó.

Relató que sus hijos empezaron a usar drogas poco después de graduarse de la secundaria, pero que entonces ella no estaba enterada porque lo hacían a escondidas. Pero con el tiempo empezó a desaparecer dinero, y luego faltaban cosas del hogar como cobijas y platos, que al parecer los hijos vendían para comprarse drogas. Llegó un momento en que ella incluso tuvo que huir y esconderse en la casa de vecinos porque temía que sus hijos la agredieran si ella no les daba dinero.

“No hay nada que decir, excepto de que esto me pone muy triste y angustiada”, narró la mujer. “Estoy enojada con los traficantes de drogas, con sus amigos, conmigo misma pero también por supuesto con las autoridades que no se hacen nada para frenarlo”.

“Ahora cuando veo jóvenes drogadictos en la calle, lo único que puedo decirles es ‘Por favor dejen de usar drogas. Mírenme, una anciana que ha perdido a dos hijos. Llegará el día en que sus padres sentirán la misma tristeza que yo”.

No le hacen caso los jóvenes que merodean por el cementerio y en el centro de la aldea, que es lugar más popular para esa gente. Casi cada semana hay más muertos: poco antes de que los reporteros de la AP llegaron al lugar, cuatro hombres entre 18 y 45 años de edad habían fallecido por sobredosis.

El más joven de ellos fue encontrado sin vida en el cementerio, acostado sobre una de las lápidas.

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